Cultura
La memoria sumergida
Si la Alepo tuviese mar, quizá daría la sensación de estar paseando por ella. Pero Alepo no tiene mar. Talavera la Vieja o Talaverilla tampoco pero, al igual que la ciudad Siria, está total y literalmente arrasada. Ayer, una amiga me decía que la destrucción es siempre la destrucción, un resultado con independencia del motivo que la produzca.
Talavera la Vieja, también conocida como Talaverilla, estaba situada en la margen izquierda del Tajo hasta que en 1963 resultó inundada por el Embalse de Valdecañas, uno de los más grandes del país con una longitud de unos 14 kms. Y una anchura media de 3,5 kms.. Con ello desaparecieron 451 viviendas provocando el éxodo de 1.791 habitantes. Otros sesenta edificios no habitacionales, como la Iglesia, el Ayuntamiento… absolutamente todos, fueron demolidos para que no sobresaliesen del agua.
Debió resultar dramático para los últimos habitantes abandonar el lugar que les había visto nacer para no volver jamás con poco más que lo puesto y las diez mil pesetas que entregaron a cada vecino mayor de 18 años. Algunas obras de arte fueron trasladadas, como tres cuadros pintados por El Greco que estuvieron dando tumbos hasta que acabaron felizmente en el Monasterio de Guadalupe. El Rollo Jurisdiccional se instaló en Rosalejo, y varios restos romanos como las columnas del Templo de La Cilla y los de otro templo levantado en el siglo II de nuestra era, terminaron juntos en las proximidades, en el lugar que los naturales de la zona denominan “Los Mármoles”. El cementerio fue sepultado bajo una capa de cemento para que los ataúdes y los restos humanos que no tuvieron la posibilidad de ser trasladados salieran a flote.
Triste, muy triste.
Hace unos días, volvíamos a Mérida después de pasar un fin de semana en La Brizna (Cañamero) y decidí hacerlo por el camino más largo, lo cual es frecuente en mí, eso sí, previas las bendiciones de mi acompañante.
Tras recorrer los 72 kilómetros que nos separaban del Templo Romano instalado en el Embalse de Valdecañas, recibí, a modo de inspiración divina, la llamada de Talavera La Vieja. De repente algo me recordó que estaba ahí abajo, en algún lugar que no conocía pero que, sin duda, podría encontrar. Y me puse a ello consultando cartografía y algunos datos que conocía.
Unos 9 kms. de carretera más tarde, bordeando el pantano, llegamos a la entrada de una finca. Todo parecía indicar que se trataba de un camino vecinal y no había ningún cartel que prohibiese la entrada, así que… ¡adelante!. Una pista de 5,2 kms. me recordó algunas calzadas romanas que conozco, lo cual no es descabellado si pensamos que Talaverilla está identificada con la Augustóbriga romana y con la Ébora prerromana.
Al llegar, sobran las palabras. Bajamos del coche y cada uno comienza a recorrer por su cuenta los restos que se extienden ante nuestros pies. Hay multitud de carteles que prohíben el tránsito por la zona por riesgo de caída en pozos, alcantarillas y socavones varios. Por esta vez y dado el peligro real, no os voy a recomendar que hagáis la visita. Es lo que me lleva a compartir con vosotros este trabajo fotográfico y de recopilación de datos y sensaciones.
Silencio, viento, olor a río, un esqueleto de pez aquí y otro allá. Las piedras, los restos de los edificios blancos, como calcificados, desparramados de forma arbitraria. Sobresale entre todos un par de metros de altura de una torre que debió ser espectacular y que aún conserva la primera fila de aspilleras. Al lado, la Iglesia, desmontada, parece un puzzle que dan ganas de armar. Hay un par de fachadas en pie que parecen decorados de cartón piedra. Sillares de granito romanos, reaprovechados probablemente en las edificaciones, brocales de granito probablemente de origen romano, paneras para lavar ropa e incluso algún miliario.
C. Dice que puede percibir entre el viento las sensaciones de las personas que vivieron allí cuando les anunciaron que debían abandonar su tierra en 1957. Tristeza, frustración, desarraigo pero también para muchos una nueva oportunidad que les permitiría abrirse camino en otro mundo, en un lugar desconocido, probablemente lejano, con la promesa de oportunidades diferentes para sus hijos, quizá mejores y más prósperas… En cualquier caso, temor e incertidumbre.
Abandonamos el lugar sobrecogidos, poseídos por la fuerza que aún vive en las piedras, entre las paredes y techos ficticios que nuestra imaginación reconstruye a cada paso. Entre los restos de una de las viviendas advertimos un silencioso y recogido cortejo familiar que está depositando las cenizas, sin duda de algún ascendiente nacido en Talaverilla, y que con completa seguridad, dejó dispuesta su ultima voluntad de reposar con su pueblo bajo el agua.
Una última nota: El Templo "Los Mármoles" y las columnas del Templo "La Cilla" pueden visitarse libremente y es una de las imágenes más icónicas de la Alta Extremadura. Os dejo aquí el enlace de su situación por si os apetece conocerlos en primera persona.