Reportajes

Papá, ¿Publicamos hoy en el muro?

A ver por donde empiezo yo hoy… Es que esto es una burrada, os lo aseguro, y solo es una parte del arte pictórico prehistórico que tenemos en Extremadura. Voy a llevaros en mi mochila a algunos de los enclaves que he visitado en los últimos años. Mi cámara, una vez más, será vuestros ojos. Te recuerdo que los nombres, en negrita, contienen enlaces a las ubicaciones en Google Maps.

Me hizo mucha gracia ver una carita dibujada en un mural y pensé en aquéllos primeros humanos que comenzaban a expresarse artísticamente. Imaginé una escena nocturna, en ese mismo abrigo, en el que una familia se refugiaba y dibujaba en la pared lo que recordaban de aquél día. Unos soles, algunos miembros del clan, ídolos en forma de ancla, figuras cruziformes, manos, la caza de aquélla jornada… y ¡Una cara que parece tener pelo, barba, ojos y boca!. Estoy en algún momento de la Edad del Cobre (3200-2200 a.C.).

Y estoy en el Risquillo del Tío Paulino, cerca de Berzocana (Cáceres), en pleno corazón del Geoparque Villuercas Ibores Jara. He llegado hasta aquí prácticamente reptando desde la carretera donde me ha costado encontrar un lugar en el que dejar mi coche. No hay camino, ni siquiera senda. Tan solo tengo las coordenadas GPS y ganas de llegar allí. Cruzo los dedos para que no se vaya la cobertura mientras camino agachas por los pasos que los jabalíes han abierto en la Jara que me supera considerablemente en altura. Al final, merece la pena solo por encontrarte cara a cara con ese rostro milenario pintado en la roca.

 

A pocos kilómetros de allí, en Cañamero, visito la Cueva de la Chiquita, cerca del Río Ruecas y del Charco de la Nutria. Solamente el paisaje y el recorrido hasta la cueva, que no entraña dificultad alguna, son una excelente excusa para venir hasta aquí. Aunque la noche anterior he dormido bien en La Brizna, no estoy cansado para esta excursión que recomiendo a todo el mundo y que es muy apta para hacerla con los peques de la casa.

Más de cien representaciones datadas entre el Neolítico y el final de la Edad del Bronce componen este abrigo. Está perfectamente explicado mediante paneles. Encuentro figuras esquemáticas que recogió en 1916 Enri Breuil en su obra “Pintura Esquemática Hispánica” (Si llegas hasta el final de este reportaje, hay regalo). Existe cierto debate acerca de si una de las figuras representa un cánido, que sería probablemente un lobo, parecido al que existe en el Risquillo del Tío Paulino.

Hago mis fotografías, dejo que el aire de este lugar me acaricie mientras intento empaparme del ambiente, de cuanto rodea este espacio. El olor del pino se deja notar más aún con las temperaturas de esta cálida primavera. A lo lejos, hacia abajo, un agradable soniquete de agua sacude las piedras del río.

No me quiero ir de aquí.

 

Deshago los kilómetros recorridos y, sin salir del Geoparque, voy de nuevo hasta Berzocana. Pero decido pasarme unos kilometrillos, casi nueve, porque merece la pena hacer dos cosas. La primera, disfrutar de esta preciosa carretera paisajística que, en cualquier época del año impresiona. Y la segunda: Ya sabes que yo siempre como a mediodía, al menos lo intento, y hoy voy a ir hasta Solana de Cabañas para hacerlo en el Restaurante Doña Tomasa que tiene un cochinillo… en fin. No pondré los dientes largos más allá de la recomendación.

Ya en Berzocana, saliendo por la CC-22.4, a un par de kilómetros tomo un desvío a la derecha siguiendo la indicación de la Casa Rural Finca La Sierra. Allí dejo el coche y continúo a pie algo menos de un kilómetro dejando atrás un bonito bosque de madroños, para llegar a la Cueva de Los Morales. Aquí toca trepar unos dos metros hasta la entrada que resulta ser una especie de tobogán por el que no me atrevo a bajar. El miedo guarda la viña. Aunque había leído que había pintado en la pared algo así como un puñal y algo más que no recuerdo, no logro distinguirlo de las manchas naturales de la piedra. Las pinturas están tan difusas que apenas se observan, así que salgo para buscar mi otro destino.

Unos metros más allá y más arriba está la otra cueva que llaman la de Los Cabritos. Aquí sí se distinguen mejor tres paneles. Del conjunto me llama la atención una serie de figuras serpentiformes y lo que parece ser una escena ritual, según mi amigo José Julio García Arranz. Las pinturas están datadas entre el Calcolítico y la Edad del Bronce (4000-1000 años a.C.)

 

Me han contado que en Monfragüe se encuentran dibujados en la pared del Abrigo del Castillo unos signos que podrían ser las primeras representaciones de escritura tartésica. Hoy estamos de enhorabuena los amantes de esto que se da en llamar Tartesos pero que aún no sabemos con exactitud qué será. Mi amiga, la periodista Beatriz Carrasco, acaba de publicar que han hallado un alfabeto tartésico en el Turuñuelo. Con el mismo entusiasmo agarro mi cámara, mochila y salgo disparado para ver los caracteres monfragüenses con mis propios ojos mientras me pregunto por el camino qué demonios hacían los tartesos en el abrigo del Castillo de Monfragüe. ¿O quizá llamamos tarteso a una cultura ibérica con influencias orientalizantes?

La visita a este lugar se hace de forma guiada y controlada. Una larga escalera (no apta para vertiginosos :-o) conduce a la entrada del abrigo donde un guía explica con detalle los motivos que aparecen representados. La datación nos lleva a un espacio de tiempo desde el Epipaleolítico hasta la Edad del Hierro, es decir, desde el año 9000 hasta el 2500 a.C..

Antropomorfos, zoomorfos, ideomorfos, escenas de caza, líneas, representaciones dactilares… pintados con los dedos, con pequeñas ramas, pinceles de pelo o plumas de ave. ¡Un ciervo!, y la inscripción tartésica que buscaba: KO.N.KO.L.TI.R.U. ¡Fantástico!

El Abrigo del Castillo de Monfragüe es uno de las 107 estaciones que se han localizado en esta sierra. Me vuela la cabeza con todo lo que estoy descubriendo.

 

Ahora toca viajar, recorrer los 171 km que me separan de Puerto Roque, cerca de Valencia de Alcántara. Y es que Extremadura es muy grande, te lo aseguro. En el sentido kilométrico, dan fe de ello los 266 km que hay desde Puerto Roque hasta el límite de provincia con Ciudad Real, de Oeste a Este y los 308 que hay desde Santa Olalla del Cala hasta Baños de Montemayor, de Sur a Norte.

El Abrigo de Puerto Roque será mi última parada en este recorrido rupestre por la provincia de Cáceres. Para llegar a él, conduzco desde Cáceres por la N-521 y tras pasar Valencia de Alcántara y Las Huertas de Cansa, llego a una gasolinera, la última antes de entrar en Portugal, donde dejo estacionado mi coche. Después, tomo el arcén de la misma carretera unos 600 metros para llegar a un camino que sale a la derecha y asciende por un recorrido con cierta dificultad hasta el alto. Hay cierta dificultad en el ascenso. Tendrás que trepar y subir escaleras verticales, pero poco.

Ama, amaaaaaa, y ensancha el alma, decía Robe. Yo ensancho el alma desde este privilegiado balcón del que tantas veces me ha hablado mi amigo Eugenio Rodríguez. El grito me lo interrumpe un padre con su hija de unos 8 años que acaban de llegar, así que me pongo a ver las pinturas que son una verdadera maravilla. Se remontan a una franja temporal desde el año 3500 y el 2250 a.C. y representan de forma esquemática barras, círculos, soles, puntos, triángulos… y también figuras antropomorfas y zoomorfas.

 

Como el viaje hasta aquí ha sido largo, Eugenio me ha preparado un bungalow en el Camping Aguas Claras que disfruto con cariño y agradecimiento en un lugar que parece el mismísimo bosque de caperucita. Huele a verde y a noche, y a frescor. Solo se escucha el sonido del viento que mece los árboles. Solo se ven estrellas.

Al día siguiente, ya en la provincia de Badajoz, comienzo mi recorrido en Arroyo de San Serván. ¿Por qué? Pues porque aquí comienza una cadena montañosa que va a ser el hilo conductor de esta ruta rupestre pacense. En este enclave existen representaciones pictóricas del Calcolítico (3500-2250 a.C.) que muestran figuras antropomorfas, soliformes, ideiformes, barras, zoomorfos. Visito un abrigo en la Sierra de Arroyo que constituye una buena muestra.

Nuevamente tendrás que trepar si quieres ver estas pinturas. Quizá no sea muy aconsejable venir con niños y sí mucho encontrarse en una forma física medianamente aceptable. Personalmente evitaría hacer este recorrido en verano por aquello de encontrarme con algún reptil pero, principalmente y más peligroso, por garrapatas y arácnidos, de esos que pican.

Lo que sí que no deja impasible es el paisaje. A mis pies, a los mismos pies de otros humanos hace pocos milenios, se extendía el valle del Guadiana que hoy son las Vegas Bajas. ¿Qué les trajo aquí? ¿Con qué intención hicieron estos dibujos? ¿Cómo eran aquellos rituales?. Al final, termino con más preguntas que respuestas.

 

En Alange me espera mi querido amigo Juan Diego Carmona que además de eso, amigo, es el cronista oficial de la ciudad. Persona inquieta con numerosas publicaciones en su haber en materia de patrimonio arqueológico y arquitectura vernácula.

Nos encaramamos por los riscos que hay junto a la cabecera de la Presa de Alange, en el Callejón de los Frailes. Al llegar arriba pienso que estas personas, hace milenios, debían sudar la gota gorda para llegar aquí cargados con sus chismes y materiales de pintura. Desde luego está claro que buscaban la pervivencia de sus expresiones artísticas.

Ya en este abrigo de la Sierra de la Culebra, veo restos de digitaciones en formas de líneas y puntos. Se trata de pinturas muy, muy esquemáticas y no parecen representar ninguna escena o composición.

 

Bajamos de allí y claro, otra vez es mediodía y otra vez hay que comer. Pues a por unas ancas de rana, típicas tipiquísimas de Alange que las ponen con un rebozado de muerte en el Mesón Trinidad.

Con la energía que las ranas que acabo de zamparme me han dado, subo hasta el Abrigo de La Calderita, en La Zarza, otro extraordinario lugar que alberga un panel con múltiples e interesantes representaciones datadas entre finales del Neolítico y finales del Calcolítico, más o menos entre el  año 4000 y el 1000 a.C.

Se trata de trazos continuos que representan figuras esquemáticas. El lienzo del abrigo tiene unos diez metros de longitud y las figuras se cuentan por centenares. Veo ramiformes, esteliformes, zoomorfos, antropomorfos, bitriangulares, espirales, puntos, barras, pectiniformes… Probablemente se trate de aspectos sociales o religiosos representados de una manera muy elemental.

Finalmente, y antes de descender, hago algo que se ha convertido ya en una costumbre, como hiciera en Puerto Roque. Dejar que el aire me acaricie y sentir esa libertad que me hace rehuir de una parte del género humano con el que no me identifico. El que no siente interés por nuestra historia y que está condenado a repetir los mismos errores una y otra vez.

 

He dejado para el final una de las visitas más interesantes para mi y de la que no voy a compartir su ubicación. En su lugar, te diré con quiénes tienes que contactar si quieres visitarlas. Tendrás que dirigirte a la Oficina de Turismo de Hornachos o llamar por teléfono al 924940766. Su personal es genial y te podrá indicar cómo visitar algún abrigo. De hecho se está acondicionando uno para su visita.

En Hornachos parece juntarse todo. En mi anterior reportaje, el de los Vencejos de Alange, contaba que Dios, después de crear la tierra, puso el dedo en Alange y dejó la Sierra de la Culebra. Creo que después, al levantarlo, mientras lo retiraba, rozó leve y suavemente de nuevo la tierra, dejando un rastro que es la Sierra Grande de Hornachos. También después, como en Alange, los hombres que vinieron se encargaron de moldear y modelar el paisaje, dibujando en sus abrigos, edificando un castillo, construyendo fuentes y caminos.

Tengo la suerte de ser acompañado por dos técnicos de la Oficina de Turismo municipal en un recorrido fascinante por dos de los más de cuarenta abrigos y estaciones que contienen el rastro pictórico del hombre prehistórico entre el Neolítico y la Edad del Bronce.

Visitamos La Sillá y el Peñón Grande, siguiendo de nuevo los pasos de Henri Breuil. En ambos lugares, hombres y mujeres dejaron su huella impresa en creaciones esquemáticas que representan principalmente antropomorfos, muchos de ellos con forma de ancla (ancoriformes) y otros con forma de ramas para representar los brazos y piernas (ramiformes), zoomorfos, barras y digitaciones varias de difícil interpretación.

Ya en casa, unos días después, pienso en todo lo visto. He vuelto de esta fantástica ruta por el arte rupestre realmente sobrecogido. Mi cabeza no deja de dar vueltas a todo lo visto. Los sueños de las últimas noches se me han presentado en una gama cromática de rojos óxido de hierro o negros óxido de manganeso, blanco caolín y ocres… En esos sueños contemplo, como uno más, un grupo humano alumbrado por una hoguera. Veo un individuo alto y moreno, con una pluma o un pincel hecho con cabello. Otras veces otro tipo algo más bajo, con los dedos manchados de rojo, dibuja en las paredes cosas que al fin y al cabo son su historia, la historia de ese tiempo. No hay otro modo de contar las cosas. Ese es el lenguaje a su alcance para que otros que vengan después sepan que han existido. Aquella crónica impresa en las paredes es como el muro de Facebook, el muro de X o el muro de Instagram. También, en mis sueños aparece un niño que, abrazado a su padre, por la noche le dice… “Papá, ¿publicamos hoy en el muro?”.

Dejo un regalo para l@s curios@s y leales seguidor@s que han llegado hasta aquí. Es un tesoro, el volumen II de “Les Peintures Rupestres Schématiques de la Péninsule Ibérique”, dedicado al Bajo Guadiana, de Henri Breuil.