Turismo

Santa María de Nava(s): Sentir el tiempo pasar len·ta·men·te

Os rogamos atención porque lo que vamos a contaros es prácticamente desconocido para una gran parte de los extremeños.

Uno se establece sus propias fronteras visuales cuando viaja. Por ejemplo, ve el horizonte y presupone como ha de ser el paisaje en función de lo que le llega fugazmente mientras atiende al desplazamiento. Cuando te adentras por primera vez como fue mi caso, en Montemolín, todo era más o menos como lo había imaginado desde la lejanía: el castillo, un pueblecito blanco … Entonces (fue hace ya muchos años) no tuve excesivo interés ni tiempo para ir más allá. Presupuse que el paisaje era una extensión “n” veces clonada de lo que ya había visto por la ventanilla del coche entre Monesterio y kilómetros más allá hacia Sevilla, más o menos ...      ... y nada más lejos de la realidad.

 

 

Un buen día me llamaron para hacer algo en un pueblo: “Sí, Santa María de Nava” , mientras yo negaba: “No, no, eso no está en Extremadura, te equivocas”. Ante la insistencia de mi interlocutor busqué y me encontré con un pequeño pueblo en el límite provincial entre Badajoz y Sevilla. Acepté mi ignorancia y cabezonería, lo programé en el GPS y pusimos rumbo hacia allí. Cuando el dispositivo dijo que habíamos llegado con voz metálica no podía creerlo y maldije toda la tecnología satelital por que en la entrada del pueblo el cartel rezaba flamante: “HOYA DE SANTA MARÍA” y no "SANTA MARÍA DE NAVA".

 

 

Mas tarde nos aclararon la controversia con los tres nombres acerca de los cuales continúa sin haber un acuerdo unánime entre las poco más de 150 almas que pueblan el lugar. La tercera denominación es Santa María La Zapatera, aunque también otros la llaman Santa María La Nava La Zapatera ...      ... supongo que un alemán experimentaría un perfecto ejercicio de exasperación.

 

 

Recuerdo en ese viaje un paisaje I N M E N S O que no acababa nunca. Una carretera de esas que gustan como un buen café cuando se saborea lentamente, dejando que no te sorprenda cada curva, cada giro en el paisaje, porque hay que trazarlo con suavidad, con delicadeza y todos los sentidos alerta para disfrutarla plenamente.

 

 

Se encuentra a 455 metros sobre el nivel del mar, enclavado en plena Sierra Morena, más allá de Montemolín (de la que es pedanía) y de Pallares. Está enclavada en una hoya que es un verdadero paraíso. No se nos antojó nada que no fuese verde en sus alrededores y no pierde tal condición en verano ya que se alterna el verdor de la arboleda con el seco de los pastos. Hasta da la sensación de tener un microclima propio.

 

 

Aunque están documentados restos de épocas muy remotas (Neolítico, Edad del Hierro, épocas romana y visigoda …) su origen como población obedece a cierto episodio de la reconquista, continuación de la batalla de Tentudía. Fue cuando el lusitano Maestre Santiaguista Pelay Pérez Correa (a quien se le atribuye su fundación y la de Pallares) sufrió la rotura en las riendas de su caballo, recibiendo en este lugar el socorro de Santa María Zapatera que le entregó una lezna y un hilo milagroso para que reparase los arreos. Según parece, dicho arreglo fue decisivo para infligir una nueva derrota a los sarracenos, reafirmando así su victoria sobre estos.

 

 

La Iglesia del pueblo obedece más al trazado de una ermita, modesta, con personalidad sobria, coronada por una torre en ladrillo de corte mudéjar y una cúpula de cabecera que sobresale entre todo el conjunto.

 

 

Recorrimos sus inmediaciones, intentando superponer imágenes en nuestra fantasía de batallas entre moros y cristianos con algunos de los lugares que visitamos. Pudimos sentir una vida rural en el más estricto sentido de la palabra, con el encanto que ya pocos lugares guardan, con un profundo olor a hierba y pasto mojado al mismo tiempo. Quisimos buscar la ruta de los molinos de la que nos habían hablado, o la era empedrá, o los vestigios de otras épocas de los que nos hablaban algunos lugareños. También pensamos en adentrarnos por los caminos perfectamente transitables que te invitan a traspasar la dehesa y el bosque de encinas. Pero no había tiempo aunque parecía haberse detenido.

 

 

Había leído a Pascual Madoz (1845) que en este lugar hubo también una ermita importante, en la llamada Dehesa del Santo, también un baluarte militar con cuatro torres, otro santuario pequeño … La lista de lugares por descubrir a golpe de bastón y mochila es interesante e intensa pero el tiempo de la última visita estaba limitado y nos quedamos con ganas de volver para descubrir todo esto y más, porque verdaderamente este lugar lo vale. Quizás sea uno de los pocos y últimos reductos rurales puros del Sur de Extremadura.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

Si os animáis a visitar el lugar, no os liéis con los nombres buscando en la red porque tiene muchos, recordadlo, así que para facilitar las cosas os ofrecemos el enlace en google Maps y, también una excelente opción de alojamiento próximo en la Casa Rural El Águila en Montemolín.