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La Siberia Secreta: de castillos, templarios y tesoros
La sombra de los templarios es alargada. Siglos después de que el último caballero cayese junto a la Torre Sangrienta aun resuenan en estas tierras los ecos de sus cabalgaduras, los susurros de sus misterios y las leyendas de sus tesoros.
Todo comienza a principios del siglo XII, cuando nueve caballeros franceses liderados por Hugo de Payens tras la Primera Cruzada deciden fundar una nueva orden para socorrer y ayudar a los peregrinos que por aquellos lejanos tiempos se arriesgaban a recorrer los polvorientos caminos y peligrosos mares que llevaban hasta Tierra Santa.
Su asentamiento en Jerusalén, en el legendario Templo de Salomón, fue solo el principio de una agitada historia que culmina en 1314 con la muerte del último gran maestre: Jacques Bernard de Molay.
A lo largo de estos dos siglos, son muchas las vicisitudes que La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón protagonizan, muchas de ellas enmarcadas en tierras extremeñas, donde dejan su huella incluso en topónimos como Jerez de los Caballeros, o Fuente del Maestre y algunas concretamente en La Siberia.
Una de las leyendas más arraigadas en la comarca afirma que el tesoro de la Orden templaria está oculto en el castillo de Capilla, cuyos orígenes remotos delatan las numerosas pinturas rupestres con carros y dioses. Paso obligado de los rebaños de la Mesta, en el siglo XIII queda en manos de la Orden del Temple. Su casco viejo lo recorren calles estrechas, tortuosas, siguiendo el trazado medieval, flanqueadas por casas de fachadas enjalbegadas, que dormitan el sueño de los siglos mientras allí arriba, contemplándolo todo con un aire doliente, se alza el castillo, construido en el siglo XIII por los caballeros templarios sobre una antigua fortaleza árabe y remodelado por el maestre de Alcántara don Gutiérrez de Sotomayor que aún conserva sus portadas mudéjares. Incluso su iglesia, la de santiago el mayor, se alza sobre el solar de una antigua mezquita y conserva una cripta templaria… ¿Qué mejor lugar para ocultar el tesoro de la Orden del Temple?
Muy cerca, en la umbría de la Sierra de Siruela y cerca del río con el mismo nombre, encontraremos nuestra siguiente parada, Siruela, un lugar emblemático salpicado de estelas tartésicas, hallazgos romanos y leyendas que nos hablan de un gran pasado histórico cuya importancia prevalecerá en la época musulmana. Centro destacado de La Mesta durante el reinado de los Reyes católicos, aun conserva los restos del viejo castillo erigido por la Orden del Temple en el siglo XIII, conocido con el nombre de “La Cava”. En la Edad Media, el Conde de Siruela hizo construir un cordero con la piel de oro relleno de su inmensa fortuna. El cordero fue enterrado en el castillo y son numerosas las personas que han excavado con la ilusa intención de encontrarlo.
Situada en el suroeste de la sierra de Lares, en la confluencia de la desembocadura de los ríos Guadalemar y Zújar, junto al pequeño pueblo de Galizuela, encontramos las ruinas de la fortaleza de Lares, un asentamiento templario conectado con Puebla de Alcocer, ya que entre ambas fortalezas transcurría la ruta ganadera de la Mesta, a la que prestaban protección. Construida a principios del siglo XIII se enmarca dentro de la reconquista de la comarca a manos de los templarios.
Más adelante en la reconquista el pueblo que se cree que se llamaba Lares, pasó a denominarse Galizuela, debido a las gentes oriundas de Galicia que poblaron inicialmente el lugar en la etapa medieval. Tampoco existe una única versión del nombre de la sierra que la alberga, para unos la "Sierra de Lares" debe su nombre a los Lares, (Dioses romanos protectores de la familia y el hogar), y otros han atribuido su nombre a Ares, (dios de la guerra griego), raíz presente en otras toponimias templarias. La fortaleza, en cualquier caso, ocupa gran parte de la sierra y es prácticamente inaccesible por el este y por el oeste, tenía al Norte su entrada, defendida por dos torreones amurallados, y al sur un muro defensivo.
Los habitantes de Galizuela hablan de otro tesoro oculto en el castillo, un tesoro oculto encontrado por un anciano que antes de morir transmitió este enigmático mensaje: “Frente al moro está el tesoro”. Su hijo encontró en una de las habitaciones el busto de un moro. Después de cavar infructuosamente frente a la estatua, la ira le llevó a golpear el busto y romperlo en pedazos, cuando de la frente del moro comenzaron entonces a brotar monedas de oro puro….
Poco queda de la magnífica fortaleza de Lares, a la que subimos por un estrecho camino, si camino puede llamarse a un mísero sendero que se convertía en una tortuosa senda, que a veces se pierde entre matorrales de zarzas, romero y esparragueras. Grandes farallones rocosos se yerguen por encima de nuestras cabezas dando la sensación de ser inalcanzables. Seguimos bordeando la cúspide de la sierra y por fin alcanzamos a ver el trozo de lienzo ruinoso que aún se conserva, como solitario testigo de un pasado legendario.
El esfuerzo vale la pena… Al norte, majestuoso y altivo, el impresionante castillo roquero de Puebla de Alcocer, al oeste la joya azul de aguamarina del embalse de La Serena, rodeado de una explosión de colores verdes y amarillos que cubre la campiña extremeña, y enfrente, como un objeto sin objeto, el enigmático cerro cónico del “Masatrigo”.
Y es que siguiendo la carretera dirección Cabeza del Buey, en línea recta con los castillos de Puebla y Lares nos encontramos con esta espectacular montaña cónica rodeada de agua y de formas casi perfectas.
En la definición de los límites de la encomienda templaria de Capilla ya se cita a este cerro como “Amasatrigo”. También se ha citado con el nombre galaico de Maçatrigo, que significa “molino de trigo”, a lo que recuerda la forma cónica de la montaña, una forma casi artificial que ha hecho que algunos se pregunten si ocultará en sus entrañas el legendario tesoro de los templarios.
Cualquier lugar de la zona es bueno para ocultarlo, y los lugareños saben que muy lejos no debe andar. Porque ya lo afirma la voz popular: “Lara, Lara, valen más los tesoros que escondes que toda España ”.
Por eso aún hoy, con sol o con niebla, se ven parroquianos armados con detectores de metales buscando ese tesoro todavía no hallado, un tesoro que es posible que exista sólo en la imaginación de los hombres, pero que puede, porqué no, que permanezca aún durmiendo bajo los muros pétreos de un castillo templario en La Siberia.