Turismo
La otra Salvatierra
Es la otra Salvatierra, la de la provincia de Cáceres, la de Santiago. Encontrarse en un trayecto con este pueblo para quien lo desconoce y si quien lo desconoce es curioso... eso lleva obligatoriamente parar o volver un día con tiempo. Yo recomiendo lo primero después de haber hecho ambas cosas. Estoy en Salvatierra de Santiago y ahora estás tú también. Voy a recordar aquella primera visita. Acompáñame.
Era media tarde y estaba nublado. El bochorno se mezclaba con las nubes y una sensación de humedad propia de los días tormentosos que acompañan a un verano caluroso en su agonía.
Tras dejar el coche en la entrada y curiosear en una tumba antropomorfa excavada en la roca, visigoda sin duda (hay dos más en el pueblo), me dirigí hacia una cuesta que me llevó hasta la Iglesia tras pasar por debajo de un arco. Las paredes de piedra de la calle me hicieron pensar que el tiempo se había detenido misteriosamente, como por arte de ensueño. Reconozco que pasaron muchos minutos antes de ver el más leve rastro de vida humana en la población. Mientras, me entretuve admirando la Iglesia Parroquial de Santiago, algo descuidada, que me hizo pensar en su apariencia original, en torno al siglo XV y las que después ha tenido ya que la fachada delata algunas reformas a lo largo de su historia.
Paseando por el pueblo, vinieron a mi mente algunos párrafos de aquél maravilloso libro que Manu Legineche dedicó a Javier Reverte (¡Qué grandes ambos!), titulado "La Felicidad de la Tierra". Y recordé cuando escribía "Ha caído un ligero chaparrón. Nada, algo efímero. Nubes de color garnacha. Se diría que las plantas secas se alzan para aspirar el agua, que al cabo es poca, maya, que dirían los indios, ilusión. Canta el mirlo para hacer tiempo antes de volar hacia la parra. Las uvas están ya casi en sazón". Y aquí se respira la felicidad de la tierra, porque es imposible que la tierra no sea feliz después de haber engendrado un lugar tan hermoso. A mí se me antoja así.
Siguiendo el paseo, me encaminé a las afueras, queriendo ver cómo acababan aquellas calles, y me ví sorprendido de nuevo con una construcción de estilo neogótico de principios del siglo XX, la Capilla y Panteón de Santa Catalina. Una verdadera joya de un estilo escaso en Extremadura que por el nombre me hizo dudar sobre si allí está o no enterrada la santa de verdad ya que yo la hacía a los pies del Monte Sinaí. Evidentemente, la benefactora de la construcción se llamaba Catalina y por ello advocó el edificio a la santa de su nombre.
Las ventanas de este pueblo dan para hacer una colección interminable. Son bonitas, con rejas muy antiguas. Algunas fachadas conservan el sabor de las construcciones de los siglos XVII-XVIII. Pasear por este pequeño pueblo de la provincia de Cáceres, perdido en tierras de la Comarca de Montanchez y Tamuja, nos traslada a otros tiempos en los que todo discurría más lentamente y la gente compartía su vida a las puertas de sus casas. Tiempos en los que creo que un pequeño pueblo era como una familia grande.
Después de este viaje vinieron otros. A decir verdad no hay visita de amigos desconocedores de Extremadura a los que no lleve a una de mis rutas favoritas que incluye Salvatierra de Santiago. Y más aún desde que por recomendación descubriera el Bar Fe, un auténtico espectáculo para todos los sentidos. Con esta reseña quiero terminar la colección de sensaciones, porque en justicia, hay que contarlo. Bar Fe mantiene una cocina de la tierra muy cuidada, elaborada con esmero. Un edificio que conserva su carácter antiguo pero renovado, con toques de arte moderno, como la lámpara de Miguel Sansón que preside el comedor del restaurante. Una bodega ni grande ni pequeña en referencias, pero suficiente para saciar el gusto de los amantes del vino. Y, en definitiva, mucho amor. Porque son ya muchos kilómetros recorridos en mi vida, muchas mesas extrañas a la de mi casa, y algo de experiencia acumulada para percibir cuando se vuelca amor en el trabajo. Gracias Antonio y familia por deleitar los paladares del viajero con tanto cariño.