Turismo
Monroy (1) Villa Romana
Es Marzo, tan solo hace un par de semanas, pero el calor se deja sentir por encima de lo previsto para esta época del año. El campo se muestra precioso según voy atravesándolo desde Cáceres El Viejo, y el cielo con sus azules y nubes de distinto color y altura dibujan un paisaje idílico para cualquier fotógrafo. El recorrido que me lleva hasta Monroy es a través de la EX-390 que atraviesa un lugar tan espectacular como el Mirador de los Riberos del Almonte. ¿Nunca has visto una puesta de sol desde este mirador?. No sabes lo que te pierdes.
Los Puentes de Don Francisco ya no se ven. Afortunadamente el agua ha vuelto a engullirlos hasta que una nueva sequía los vomite y los deje ahí abajo, de piedra desnudos, sintiéndose observados libres del pudor que nos atormenta a los humanos. Ojalá estén mucho tiempo tapados y solo volvamos a verlos cuando estemos a punto de olvidar su existencia.
Conocía la existencia de la Villa de Monroy pero no me había decidido a visitarla antes. O quizá se había truncado algún plan para hacerlo. Hace unos días, mi apreciado Victorino Mayoral me recomendaba hacerlo, temeroso de que la maleza de una prematura primavera lo hubiese devorado ya. Como la cosa no debía esperar mucho ante tal alerta, me puse manos al volante y decidí incluirlo en una excursión que no sabía que iba a entusiasmar tanto a Rosa.
Ya en la población, a unos 35 km de Cáceres, di un rodeo siguiendo por temor las indicaciones de San Google Maps. Así, cogí una vieja carretera que lleva hasta Trujillo, la CC-128 (pintaza para otra excursión), dejándola a los pocos kilómetros desde Monroy para tomar una pista a la derecha que conduce hasta el yacimiento arqueológico. Son unos 4,5 km que, como siempre que conduces por el campo sin un todo terreno, se te hacen interminables, pero que acaban. Y lo hacen al pié de una valla que identifica el lugar con un cartel abollado por las postas que algún descerebrado ha disparado con su escopeta.
El recinto está perimetrado con una valla y tiene una puerta accesible, sin candado quiero decir, para poder acceder a él. Nada más entrar, empiezo a descubrir muros a ras del suelo que trepan hasta mi ilusión para, imaginariamente, formar paredes y techos y así comenzar a fantasear con el lugar, tal y como me gusta hacer. Porque, viendo lo que hay, al fin y al cabo imaginar lo que existió es un verdadero acto de fe apuntado por unos indicios. Pienso en mis amig@s ilustradores que bien podrían hacer un precioso trabajo para musealizar con una señalética interpretativa y más adecuada este yacimiento.
La villa se denomina “Los Términos”, y yo suponía que era así por el nombre de la finca, pero parece que no. Este terreno ha sido conocido en el pueblo, desde viejo, como “Los Mochuelos del Tesoro” o "El Tesoro", según quien te lo cuente, y actualmente pertenece al Ayuntamiento, porque está en el término municipal (quizá ese sea el origen del nombre). Fue descubierta a principios de los años 70 y debe su conocimiento a dos historiadores locales, Santiago García y José María Sierra. Ese mismo año se comenzó a excavar y los trabajos continuaron en los 80 bajo la dirección de Enrique Cerrillo Martín de Cáceres.
El origen de la villa se remonta a algún momento del Bajo Imperio, entre finales del siglo III y IV de nuestra era, y su ubicación es extraordinaria. Se levanta sobre dos colinas (hay dos recintos y cada uno ocupa una).
El lugar debió estar dedicado a las actividades agrícolas y ganaderas y se dividía en dos zonas perfectamente diferenciadas, la residencial y la de labor.
El recinto residencial, conocido en la época como pars urbana, es el primero que se visita nada más acceder al yacimiento. En él se puede apreciar con total claridad las estancias que componían la casa, el peristilo, las habitaciones, cocina, termas… Todo destinado a los propietarios de la villa, aunque también de los sirvientes que prestaban atención directa.
Ahí justo, en el peristilo, es curioso ver cómo se levanta una poderosa encina. Y hoy, precisamente, está repleta de candelas en sus ramitas péndulas.
Cruzamos un arroyo en el que un día debió existir una pequeña presa. Caminando entre altramuces con sus características flores azules, "enesimotaranietos" de los originales sin duda, llegamos hasta la otra colina situada hacia el Norte donde visitamos las dependencias de labor o pars rustica. Esta elevación es algo más alta que la otra y aquí se aprecian restos de las estructuras productivas de la villa. Debió albergar cuadras, talleres, almacenes… incluso un hórreo para el grano, así como las dependencias habitadas por los empleados de la explotación.
El caso es que, embelesado como estoy con “mis piedras”, un rugido interno y mi compañera me recuerdan que la hora de comer está ya encima. Deshacemos el camino que iniciamos y emprendemos la marcha hacia Monroy para ver qué posibilidades de tentempié localizamos.
Si quieres visitar la Villa, te dejo aquí la localización GPS a través de Google Maps.
Y recuerda ser respetuoso en estos lugares con lo que encuentres. No toques nada, no recojas flores ni frutos, ni un simple palo. Deja que todo continúe tal y como ha estado los últimos diecisiete siglos para que nuestros hij@s puedan disfrutarlo igual.
Mientras, te dejo con algunas imágenes.