Turismo

Patapagüer

Reconozco cierta fatiga mental cada vez que escucho a un alcalde decir de su pueblo… Lo mejor de Valdemollete del Río son “sus gentes”. Ahí es nada. Me resulta un tanto particular decir que lo mejor que puede ofrecer un pueblo es la calidad humana de sus habitantes, porque habrá de todo, gente estupenda y otros con pintas verdes en el lomo, ovejas blancas y negras. En fin, que la cosa es que a mí, como escuchante de ese mensaje, no me atrae mucho la idea de ir a conocer Valdemollete del Río, porque no me lo imagino como un museo con los paisanos y las paisanas en vitrinas por aquello de que son “lo mejor”.

Pero mira por donde le he estado dando una vuelta a esta idea una vez terminados los fastos carnavalescos extremeños. Y me he preguntado… ¿Qué sería de Malpartida de Cáceres sin la patatera? ¿Y que sería sin los paraguas, o la cabritilla, o el Vostell o Los Barruecos…? Me tendría que quedar con “sus gentes”, pero es que me quedo siempre, con l@s buen@s, que dicho sea de paso son la mayoría. Porque en Malpartida, “sus gentes” no están por encima ni por debajo del resto de las cosas o de las celebraciones. Están siempre a la par. Y ¿sabes por qué?.

Llegué a Malpartida por primera vez un Domingo Gordo, hace algunos años, para hacer mi primer reportaje de sus particulares carnavales. Fue espectacular. Maripaz, técnico de turismo, me dijo que el Martes se celebraba la Pedida de la Patatera y claro, yo que soy adicto a esta delicia, conseguí convencer al que entonces era mi jefe para ir y volví.

Paseábame yo, con mi cámara a cuestas, entre “las gentes”, y me dio mucha envidia no haber nacido allí. No tener el arraigo necesario para decir: “Yo soy de Malpartida de Cáceres”. Al final del día me di cuenta de que no lo necesitaba. Alfredo, que continúa siendo alcalde y ojalá lo sea por los siglos de los siglos, invita cada año a todo el mundo a su fiesta. No tiene que decirle a sus convecinos que ha de ser hospitalarios, generosos, amables, campechanos… No, no es necesario. Eso viene de serie en cada alma de cada Malpartideñ@. Zascandileando entre la gente, foto aquí, foto allá, todo el mundo te invitaba a un trago de vino de su bota, una cerveza que sacaba de su cesta o un trozo de patatera. Los más sofisticados te invitaban a una chuleta recién asada en la parrilla que llevaban sobre ruedas. Al final del día habían conseguido que me sintiera como uno más.

Y así ha sido desde entonces. Mi adicción a la patatera me hace volver recurrentemente cada año a Malpartida para compartir, además del embutido, risas, abrazos, afecto y mucha, mucha alegría. Intento siempre llevar a alguien que no conozca la fiesta porque sé que el despliegue de alegría que inunda las calles y llena las plazas de colores y música, de risas y gente que se ve feliz agrada a todo el mundo.

Ya he escrito en otros reportajes sobre esta fiesta pero básicamente, resumo, gira en torno a la patatera, el embutido que siempre ha arrastrado el lastre de ser lo más sencillo de una matanza. Algo que se le ocurrió al Obispo de Burgo de Osma en un año de hambruna y que los pastores trashumantes desplazaron desde tierras sorianas hasta Extremadura. Partiendo del producto, nos encontramos con lo que comenzó a ser una tradición festiva a finales del siglo XIX y que consistía en que los mozos, antes de partir para el servicio militar, recorrían el pueblo pidiendo viandas para el periplo. Lo que siempre abundaba y no costaba mucho desprenderse de ello era la patatera, por lo que principalmente era lo que se conseguía.

Hoy en día se honra esa costumbre de los mozos y se hace en lo que siempre se me ha antojado como una verdadera romería urbana. Una mezcla de tradición con gastronomía pero también con vestuario que reúne lo clásico y antiguo con lo grotesco y moderno. Mucho humor, charangas por doquier y esa procesión de carros hechos con diferente pericia, como Dios da a entender a cada uno, pero que aguantan el recorrido e incluso concursan para llevarse algún premio.

Rebasado el mediodía la gente continúa la fiesta y lo hacen, cada cual, en el rincón que prefieren. Los más jóvenes se van a la carpa en la que hay música chunta-chunta, los medianos y mayores a la otra carpa, en la plaza, donde suele haber alguna orquesta que ameniza y por las calles se siguen viendo paradas de carros, con sus mesas, sus “colgaeros” de patatera y chorizo, sus vinos y ese espíritu tan hermoso que se contagia. Y así hasta que el cuerpo aguanta.

No se me ocurre mejor manera de celebrar un final de carnaval. Gracias, Alfredo, Diego, Maripaz… Malpartida y “sus gentes”. ¡GRACIAS!