Texto y fotografías de: Diego J. Casillas Torres
05 February 2025
Sigo empeñado en sacarme la plaza de Peregrino a Tiempo Parcial y el tiempo que me queda entre viajes, ediciones, publicaciones, rodajes, entrevistas, diseños varios, etc., lo empleo en caminar. ¿Por qué?. Buena pregunta. Quizá la respuesta divertida está en Forrest Gump. Incluso algo de real. Filmaffinity resume la película de la siguiente manera: “Sentado en un banco en Savannah, Georgia, Forrest Gump espera al autobús. Mientras éste tarda en llegar, el joven cuenta su vida a las personas que se sientan a esperar con él. Aunque sufre una pequeña discapacidad intelectual, esto no le impide hacer cosas maravillosas”.
Me siento un poco Forrest Gump con esto de caminar y caminar. Así, sentado ante mi ordenador te cuento un poco mi vida cada semana. Mi vida en Extremadura, en este lugar que cada vez amo más. Y te la cuento a ti que te sientas a leerme, de alguna manera a esperar conmigo. ¿Y qué esperamos?. Ver, vivir, sentir y disfrutar lo que tenemos al alcance más inmediato, nuestra tierra. Lo de la discapacidad intelectual entra dentro de la ficción del paralelismo afortunadamente, pero lo de hacer cosas maravillosas no. Es lo que a mí se me antoja que hago. Vivir Extremadura es hacer cosas maravillosas.
Por las tardes, después de comer, suelo aprovechar para recorrer los alrededores de mi casa que, aunque tengo ya muy conocidos, cada día me sorprenden con algo nuevo. Y eso ocurre por la sencilla razón de que trato de mantener fresca mi capacidad de asombro. Un mismo camino puede tener muchos paisajes, tantos como veces lo hagas. Y si no lo crees, comienza a fijarte, comienza a mirar en vez de solo ver, a escuchar en lugar de solo oír, a oler como complemento a solo respirar.
Me da a mí, al margen de lo que digan los hombres del tiempo y los jóvenes aficionados a la meteorología, que la primavera se nos va a adelantar y que en Marzo todo será una explosión de vida y color. Hasta entonces, un tímido color verde crece por debajo de los árboles y al socuello de los arbustos. El sol que sale entre danas y borrascas, hace que las setas afloren. La tierra arenosa se arrebatará pronto sobre las criadillas de campo y ya han empezado a florecer algunas orquídeas. Hago planes mentales mientras camino para buscarlas en mi entorno más cercano y también para ir a la falda del castillo de Alange a ver ese festival de orquídeas que sucede allí cada año.
Paso tras paso llego a El Carrascalejo y admiro, como siempre, la portada de su iglesia, una joya del siglo XVII que a algunos le parecerá excesiva para el pueblo con menos habitantes de la provincia de Badajoz, 78 carrascalejanos según el último censo. Pero ahí sigue, coqueta en medio de una calle con bonitas casas encaladas que han mantenido en su mayoría la arquitectura tradicional.
Continúo caminando pensando en que estoy a 741 km de Santiago. “Casi ná”, pienso. He leído en la Xacopedia que “La vieja vía romana estaba a medio camino entre la carretera actual y el casco urbano”, cosa con la que no estoy de acuerdo. Me da pena que se de información errónea pero es necesario documentar bien de cara a los peregrinos y turistas del patrimonio. Hace unos días me dediqué a localizar el trazado original de la calzada romana, pueblo arriba, pueblo abajo, y está más allá de la carretera N630 por la que sigue, hacia el norte hasta el antiguo puente de época trajana existente en Aljucén, y hacia el sur en dirección a la “Casa de Campo” de Mérida. Allí puede verse un tramo conservado con sus miliarios y los correspondientes paneles explicativos si no los ha destrozado aún algún cafre.
El Carrascalejo me ofrece otras sorpresas. Paro a beber agua ante una vivienda y me fijo en el banco situado sobre el acerado público junto a la puerta de la casa. Lo miro desde varias perspectivas y se me antoja pensar que tal vez sea un verraco retallado al que le han quitado la cabeza para acomodarlo como banco. Le paso la mano por debajo y, en efecto, parece tener panza. Unos metros más abajo encuentro otra pieza, esta de época romana, que no me ofrece dudas, una cupae funeraria. Sobre la marcha, informo de ello al Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida con la petición de que le busquen una ubicación más digna. Aseguran conocer su existencia pero me aseguran que su destino depende de la decisión de la DG de Patrimonio de la Junta de Extremadura. Siento pena al pensar que la burocracia es siempre el enemigo de la rápida actuación para prevenir expolios.
Unos croatas han pasado por aquí hace año y pico y han dejado una "reseña" en uno de los hitos de granito del Camino de Santiago. Y también su deseo de un buen camino para quien la lea. Estos hitos nos dan mucha información pero los terroristas del patrimonio la tienen empleada con ellos. Algunos desaparecen de su lugar original, otros presentan mellas y golpes causados con herramientas pesadas agrícolas, a muchos les han quitado la placa de la flecha amarilla o la del símbolo del Camino de Santiago y a la mayoría de los que aún tienen esos indicativos en cerámica, simplemente se lo han apedreado rompiéndolos. ¿Por qué? Por ignorancia, por neandertalismo, incivismo y otros -ismos. Este, aunque tenga una pegatina, es uno de los pocos que se conservan casi intactos.
Las bellotas ruedan secas y maltrechas por el suelo. Después de madurar, las que no se han cogido caen al suelo y allí sirven de alimento no solo para cerdos ibéricos. También las comen las ovejas que pastan por la zona, algunos pájaros y roedores.
Y pensando en pájaros (yo siempre pienso en pájaros) veo que me revolotean varios buitres, algo normal a puertas del Parque Natural de Cornalvo y en zona ganadera donde aprovechan la carroña para alimentarse.
Dejo la finca que conozco como “El Chaparral de los Sáez” para coger la carretera que lleva hasta el Embalse de Proserpina. No me gusta “tocar asfalto” pero no tengo más remedio para avanzar y esta carretera me lleva hasta la muralla de “La Charca” aunque dejaré antes la carretera para tomar el camino a la altura de la cola del embalse que lo circunda.
Proserpina es una fuente de recuerdos de la infancia. “La Charca” es la “playa” de Mérida, el lugar donde veraneábamos los que no íbamos al mar porque nuestros padres tenían que trabajar. Un lugar en el que proliferaron chalets y chiringuitos, sinónimo de felicidad estival. Lugar de recreo en cualquier época del año, para caminar, pasear o alquilar una barca de pedales y darse un paseo por la tranquila lámina de agua. Camino, paro, descanso y, en lugar de continuar caminando hacia Mérida decido dar la vuelta y volver sobre mis pasos camino de casa. El día que me dé la “picá” intentaré hacer la ida y vuelta en el mismo día aunque el regreso lo haré por el recorrido más próximo posible al trazado original. Que nadie se lleve a engaño, este trazado es el alternativo a la calzada romana pero no coincide en ningún punto con la vieja vía.
Las nubes empiezan a cubrir el cielo pero no amenaza lluvia. Una urraca me saluda sobre el camino anunciado que queda menos. Dentro de unos días este paisaje será otro, igual de verde pero con más colores, con un cielo muy azul, o con nubes, en unos meses todo estará seco y los ocres dominarán el horizonte y tendremos que cuidar más el entorno y tener más cuidado para protegerlo y conservarlo, porque la idea es que siempre sea bonito. Siempre que no arda.