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14 February 2024
Hace un par de años que cumplí uno de los deseos que me acompañaban en la última década. Principalmente estaba provocado por el morbo de haber visto algunas fotografías de un extraño lugar al pié de la Sierra de Arroyo de San Serván que parecía un santuario sacado de una película de Almodóvar o algo parecido. Se trata de la Ermita de la Encarnación, en el término municipal de Arroyo de San Serván (Badajoz) y es una de las más icónicas del catálogo del arte sacro extremeño a pesar de encontrarse en la Lista Roja del Patrimonio.
Pero yo quería algo más, quería visitarla y hundirme en sus cimientos para encontrar el origen de tan curioso lugar. Buscando me encontré con algo de información que hablaba de una fecha de construcción próxima al año 1.500. En aquélla época, los modestos habitantes de Arroyo de San Serván, una muy humilde población de una también muy humilde y pobre Extremadura, tuvieron que soportar la petición de Fray Juan de la Puebla, Conde de Belalcázar y Vizconde de Puebla de Alcocer, de donde era natural, para costear la construcción del sacro edificio. Fray Juan de la Puebla había abandonado su cómoda y opulenta vida para tomar los hábitos franciscanos, abrazando la pobreza y la humildad. Pero los del pueblo no tenían la culpa. Vamos, que bien podía haberla pagado el de la Puebla con su rico patrimonio familiar. En fin, en aquélla época nadie se cuestionaba ninguna orden que viniese del clero ni tampoco había muchas opciones ante tales propuestas. Principalmente había dos. Una consistía en apoquinar con el sanbenito y la segunda en cargar con el sanbenito, propiamente dicho, y vivir una calurosa experiencia sobre una parrilla de la inquisición acusado de hereje. Así pues, la Ermita se hizo para gloria y solaz del señor Conde, Vizconde y Fraile y también para hambre de la población.
El caso es que poco más de doscientos años después, el edificio fue reacondicionado y redecorado porque, claro, la moda había cambiado y lo que pitaba era el Barroco. Ignoro quién corrió con la cuenta de la obra pero creo que podemos imaginarlo. Otros doscientos años después, y como se ve que no habían atinado con la estructura de la ermita ni en la obra ni en las remodelaciones, el estado de ruina era más que apreciable y así, en 1927, se desplomó la cubierta. Nunca fue reparada y así, año tras año, sus maltrechos muros van soportando cada vez peor el paso de los años y con su deterioro van desapareciendo también la ornamentación pictórica atribuida a Alonso Mures que decora los muros de mampostería y ladrillo desde que los influencers recomendaron la apariencia barroca.
Por algún extraño suceso, a alguien le dio un día por llevar a ese lugar flores. Le seguiría posiblemente alguien con más flores y algún santirulico, y después otros cargados de crucifijos, cuadros con marcos maltrechos y más flores de plástico. Hoy en día el lugar es un pastiche con aire tétrico en el que las flores de plástico descoloridas mezcladas con figuras de santos, crucifijos, cuadros colgados de cualquier manera con láminas comidas por el sol, sillas de diferente naturaleza y materiales y hasta restos de algún reclinatorio, hacen compañía a lo poco que queda en pie de un edificio que debió ser vistoso en su momento y del que cada año queda menos. De hecho, estando allí, cierro los ojos y a mi imaginación acuden imágenes de seres grises, cabizbajos y silenciosos acarreando ajuar religioso hasta el lugar para depositarlo y volver sobre sus pasos en silencio.
No aconsejo visitar el lugar con niños, salvo que se limiten a observar de lejos (cosa casi imposible dada su condición) y a los adultos les recomiendo tomar la máxima precaución y responsabilidad ante el riesgo de desplome de algún muro. En suma, todo esto constituye una curiosa visita que, a pesar de las lógicas advertencias, os invito a hacer.