Texto y fotografías de: Diego J. Casillas Torres
20 May 2024 | Fuente: www.miextremadura.com
Acostumbramos a ver estas construcciones megalíticas funerarias como un conjunto de piedras, en ocasiones con otra que la cubre. Algo así como este, el Dolmen de Crato, en Aldeia da Mata, Portugal, un magnífico ejemplo de su estructura.
Incluso a veces, se puede ver el corredor de acceso, aunque no siempre se conserva o no siempre es tan largo como el de Crato, Lácara o Huerta Montero (Badajoz), Soto (Huelva)...
En Extremadura tenemos un conjunto dolménico único. Algunos de ellos en un excelente estado de conservación. Otros, como este, el del Toriñuelo situado entre Brovales y Jerez de los Caballeros, ha sido rehabilitado en su totalidad a fin de ofrecer una imagen lo más fidedigna posible de cómo era en realidad la estructura. Y es verdad que a fuerza de verlos como el de Crato o el de Lácara, uno no termina por hacerse la imagen mental del túmulo de tierra cubriéndolo todo. Verdaderamente, en ocasiones, es un auténtico acto de fe pensar en que eran como realmente fueron.
Hace varios meses me calcé el sombrero fédora a lo Indy Jones y me fui a conocer de primera mano el Dolmen del Toriñuelo. Ya de antemano te digo que no se te ocurra ir sin ponerte antes en contacto con la oficina de Turismo de Jerez de los Caballeros para plantearles tu intención de visitarlo. La finca está abierta pero el dolmen está cerrado a cal y canto por una verja que no podrás traspasar si no tienes la llave o un guía que te lleve. Así pues, hice los deberes, recibí una estupenda atención por parte del personal de Turismo Jerez y gracias a todo ello pude entrar por primera vez en mi vida en un dolmen que, más o menos, piedra arriba o piedra abajo, debía ser más o menos como este.
La construcción funeraria, como decía, se encuentra bajo un túmulo de tierra tal y como originalmente se concibió. El pequeño montículo, tapizado por la hierba, tiene un diámetro aproximado de 70 metros estaría originalmente perimetrado por un anillo de bloques de piedra actualmente desaparecido.
Chirría la puerta de hierro al abrirla, revelándome su interior, un vestigio que la historia me brinda hoy y que pienso disfrutar hasta la última fotografía. De hecho, primero entro, lo admiro, pierdo el conocimiento y al recobrarlo hago el mismo recorrido pero mirando por el visor de mi cámara fotográfica.
Lo primero que me llama la atención es el gran corredor, de unos 25 metros de longitud y 1,42 metros de altura. No lo he medido, no acostumbro a ir con un metro en el bolsillo, pero lo he mirado en la documentación que he leído junto con más datos. El corredor se adentra en el túmulo hacia la cámara con una suave curva. Este pasillo debió ser adintelado según el tipo de sepulcro al que pertenece, los Tholoi. Está levantado mediante ortostatos insertados en el suelo.
Poco a poco se van revelando todos los secretos que el túmulo guarda y finalmente llego a la cámara principal, circular con una ligera tendencia oval. Existe, antes de acceder a ella, un pequeño nicho de planta rectangular a modo de cámara lateral. El acceso desde el corredor hacia la cámara se hacía a través de una doble rampa.
Esta cámara debió estar decorada con pinturas y grabados. Las primeras desaparecidas y los grabados apenas perceptibles se encuentran en tres de los ortostatos que conforman las paredes de la cámara. Las dimensiones interiores de la estancia son de 3,80 metros en su eje mayor y 3,50 en el eje menor. Fue construida mediante la colocación de trece ortostatos de los cuales solo se conservan doce. Sobre los ortostatos dispuestos a modo de zócalo, se dispuso una cúpula realizada mediante hiladas de mampuestos en seco y rematada en la parte superior por una gran losa de piedra que tampoco se conserva, habiéndose sustituido en la reconstrucción por un tragaluz que ilumina el interior.
La luz, el silencio roto únicamente por mi respiración y mis pasos, quizá también el conocido uso funerario que no puedo ignorar hacen que el lugar me sobrecoja por momentos. Pero no por miedo, sino por la impresión que me causa acceder al interior de un edificio del Calcolítico o la Edad del Cobre, que viene a ser lo mismo, levantado hace unos cinco mil años.
Probablemente estuviese ligado al poblado prehistórico de “El Cañuelo” o incluso al posible asentamiento en “El Pomar”, ya en Jerez de los Caballeros, donde en el transcurso de las excavaciones arqueológias de una villa romana, aparecieron más de 167 piezas entre cerámica y litos tallados, pertenecientes al Calcolítico. Curiosamente este lugar está también ligado con la civilización romana. En su cubierta, algunos restos evidencian que la parte superior del dolmen fue desmontada para realizar una construcción cuadrangular entre lo siglos I aC y I dC.
Termino el recorrido y mientras abandono el interior pienso que, justo en el momento en que se construyó este dolmen, se estaban levantando (siglo arriba, siglo abajo) las grandes pirámides de Egipto. ¿Qué llevaría al hombre de la antigüedad a edificar estos monumentos, a construir estas puertas hacia el más allá…? Sin duda la honra a los difuntos, cosa que seguimos practicando aunque más modestamente. Pero debe haber alguna razón más aparte de esta y la espiritualidad. Estoy seguro.
El edificio funerario fue declarado Monumento Nacional en 1926 y Bien de Interés Cultural en 2019.
Puede visitarse solicitándolo a la Oficina de Turismo de Jerez de los Caballeros, teléfono 924 730 372 o enviando un correo electrónico a la dirección turismo@jerezcaballeros.es