Texto y fotografías de: Diego J. Casillas Torres
20 January 2025 | Fuente: www.miextremadura.com
Érase una vez un castillo. Éranse unos señores, condes y duques de Feria. Érase una villa que adoptó el nombre del señorío. Érase un castillo sin princesas, sapos ni ranas.
Pero érase un castillo que setecientos años después de ser construido sigue maravillando a todo aquél que se acerca a contemplar esa extraña y alta torre que domina el horizonte en muchísimos kilómetros a la redonda. Faro de la dehesa, hito arquitectónico colocado en una montaña.
Y esta semana me voy de Feria, a FITUR. Y sin quererlo, el sábado, aprovechando las últimas horas de luz del día, recalé en Feria. Coincidencia que se me antoja curiosa pero que obedece al cariño que le tengo a esta torre y al singular skyline que dibuja en el corazón de la comarca de Zafra-Río Bodión.
Llegar hasta aquí es fácil. Puedes ir en coche pero, si alguien de la comitiva tiene problemas de movilidad, no podrá acceder al interior de la torre ya que hay que salvar unos escalones, no muchos, pero que son un hándicap para sillas de rueda y muletas.
Lo primero, darse una vuelta por la muralla. Cuidado si vas con niños. Este castillo es delicioso para ellos pero entraña un riesgo dejarlos a su libre albedrío y no hay que permitir, por ejemplo, que suban a la muralla sin ir de la mano de un adulto.
Llegamos, cruzamos el patio de armas y subimos a la muralla. Ella, móvil en mano, saca fotografías con gran entusiasmo. Yo me afano en buscar ángulos con los que alimentar mi ansia fotográfica al mismo tiempo que me fijo en detalles que, quizá, me parecen nuevos o en los que no he reparado en anteriores visitas.
Pienso que comienza a ser una tónica de mis últimas escapadas eso de encaramarme a algún sitio y pronto intuyo que, quizá, obedece a esa querencia a las alturas que los homínidos tenemos desde que bajamos de los árboles. Pero es algo más. Me detengo en una de las torres de la muralla, en concreto la que da a la población y veo que puedo soñar sin moverme que estoy planeando sobre la villa de Feria. Si tuviera unos prismáticos escudriñaría cual voyeur las calles, los tejados y los patios de las casas. Lo hago con la cámara y, en efecto, parece que a 240mm vuelo sobre el pueblo.
Pronto tomo conciencia de la hora que es y me apresuro a organizar la entrada en la torre. Hasta ahí, la visita es gratuita. Puedes ir, visitar el patio de armas, subir a la muralla y todo eso y no pagar un euro. Pero está feo que te marches sin entrar en la torre y ver el Museo del Señorío de Feria, un centro de interpretación que te mostrará todo lo necesario para conocer cómo era la vida en el lugar y cuál es su historia. El precio es insignificante, 2€ la entrada general. Y es que si no defendemos y apoyamos las iniciativas para poner en valor nuestro patrimonio, no conseguiremos conservarlo.
Y ahí que nos lanzamos. Entonces, se abre un mundo perfectamente musealizado en el que observo, por ejemplo, un proyectil de cañón con forma de bola, objetos de uso cotidiano, un dormitorio, la zona de cocinas, la de servicio, las chimeneas, una exposición de armas de la época… Transitamos por las distintas estancias, nos reímos, porque nos gusta tomar todo en su medida divertida, que para dramas ya está la realidad. Probamos la acústica de las habitaciones, que es espectacular…
Y mientras nos divertimos conociendo nuevas cosas e imitando a algún personajillo ilustre, subimos las escaleras hasta la cubierta de la torre para, allí sí, contemplar la inmensidad del paisaje. Mira, aquello es Fuente del Maestre, y allí está Almendralejo. Ostras, aquello es Hornachos. Esos riscos son el Castellar, de Zafra y casi se distingue el Castillo de Alange. Es impresionante. La zona más próxima tiene el relieve más común del lugar: pura dehesa, remanso de ibéricos que transforman las bellotas, raíces y otros vegetales en un delicioso jamón que vuelve loco a quien lo prueba.
La tarde empieza a caer y me doy cuenta de que hoy no he estado muy histórico. No he contado, por ejemplo, el origen del lugar que los celtas llamaron Seria casi nueve siglos antes de nuestra era. A estos se lo arrebataron los romanos y a los romanos los visigodos, y después de estos llegaron los árabes que se hicieron con el lugar, construyendo en el siglo XI una fortaleza, hasta que llegaron de nuevo los cristianos, que se lo volvieron a quitar a los árabes, y así se escribe la historia.
Tampoco he contado que la impresionante torre del homenaje data del siglo XV y tiene 40 metros de altura y 18 de lado, confiriéndole unas propiedades defensivas y de observación que pocas fortalezas tenían en la zona. Y que ese carácter casi inexpugnable le sirvió de poco porque tras su abandono, cualquiera se hacía con el lugar, como por ejemplo, los franceses durante su intento de dominar España.
En fin, tengo que volver a casa. Tengo que preparar agenda y cámaras, también una presentación y más cosas porque esta semana son días de feria. Además, tengo que contarte las novedades que se presentan este año en FITUR para seguir alimentando el espíritu viajero de quienes nos consideramos curiosos, amamos nuestra tierra y disfrutamos recorriéndola.