Texto y fotografías de: Diego J. Casillas Torres
26 February 2025 | Fuente: www.miextremadura.com
Un día, en diciembre, no se me ocurrió mejor manera de finalizar una mañana de trabajo por la comarca del Alagón que comiendo y paseando por Garrovillas de Alconétar. ¿Por qué?. Sencillo. Sostengo, mantengo y propongo que hay que volver siempre a los sitios que por una u otra razón te cautivan y Garrovillas es uno de esos lugares que guardo marcado con una chincheta en el mapa de mi corazón.
Terminaré hablando de honor porque un accidental hallazgo me llevará a ello inevitablemente. Por eso quiero también comenzar hablando de Honor, así con “H” mayúscula. Esta palabra define la honestidad, honradez, dignidad, respetabilidad, integridad, nobleza, decencia, rectitud, entereza, lealtad y pundonor. Casi nada.
Ese Honor es algo que para mí entronca con el sentir de nuestro pueblo extremeño de forma muy directa. Llevamos décadas reclamando trenes, carreteras, comunicaciones, progreso, industria, dinero, justicia social, reposición de injusticias históricas… No tendremos lo que pedimos, pero tenemos Honor y con él y nuestro legado hacemos más bonita nuestra región. Con el Honor no se come, lo sé, pero se vive con decencia y sirve para salir adelante trabajando con él.
Y me acuerdo de Luis Landero, y de sus versos, que no hay día que viaje por mi tierra sin evocarlos. Y pienso en todo eso mientras paseo por las calles de Garrovillas, entre viejas casonas que destilan nobleza, al sol del día que recalé en la ilustre villa.
Uno mira estos pueblos, estos paisajes,
este ir y venir de sus gentes,
y comprende de un solo golpe de intuición
el argumento vital de esta tierra extremeña:
la belleza, el dolor, la alegría, la soledad, el esplendor y la miseria.
Aquí esta todo lo que somos y fuimos,
la trama de nuestra historia
y de nuestro singular modo de ser y de vivir.
Garrovillas de Alconétar, que antes se llamaba solo Garrovillas y a mí me gusta llamarla así sencillamente, cuenta con una de las doce plazas más bonitas y grandes de España. No lo digo yo, ni lo vas a decir tú cuando la conozcas o si ya has estado en ella. Lo dicen veinte casas de dos plantas, porticadas en su fachada inferior y con galerías porticadas en la planta superior, con arquerías de ladrillo y columnas de granito. Sesenta y cinco arcos, ciento tres ventanales, más de cuatro mil metros cuadrados de superficie, cinco entradas… Llama la atención ¿verdad?. Pues te aseguro que ni mis palabras ni mis fotografías le van a hacer justicia.
Pasear, recorrerla, fotografiar sus rincones, sus columnas, sus arcos en las calles de acceso, la placa del Corral de Comedias que aún no conozco pero que me sigo empeñando en conocer. Hoy es Plaza de la Constitución, antaño fue Plaza Mayor y como Plaza Mayor la tengo grabada en la memoria. Y es que soy muy antiguo ¡qué le vamos a hacer!.
Se edificó entre los siglos XV y XVI. Y paseando por ella, mi Pasepartout particular me pregunta por qué razón están muchas de las columnas inclinadas. Indagando en casa confirmo mis sospechas, el fatídico terremoto de 1755 de Lisboa dejó su huella en esta hermosa plaza.
Es la hora de comer, Pasepartout y yo entramos en la Hospedería. Perdón, rectifico, entramos en el palacio de los Condes de Alba de Aliste. Si estos levantaran la cabeza se darían con la tapa de granito y no podrían ver que sus aposentos están reconvertidos hoy en una Hospedería. “Puente de Alconétar” se llama y luce cuatro estrellas como si de una graduación militar se tratase. Junto con la de Alcántara y la de Llerena es una de mis favoritas. Comer en ellas implica hacerlo con una relación calidad-precio inigualable y eso es algo que un viajero debe mirar a menos que esté forrado, lo cual no es mi caso.
Fue edificado en el siglo XV como la mayoría de los edificios de la Plaza Mayor en la que se encuentra y con un estilo renacentista marcado por la moda del momento con algún que otro toque mudéjar. El muro exterior luce una almena meramente decorativa y encierra un edificio verdaderamente precioso.
Hay otra más, la de Santa María de la Consolación. ¡Cómo sonaban allí las voces del Coro Amadeus y el órgano renacentista al que Miguel del Barco le sacó toda su magia en noviembre de 2021!. Hoy toca fijarse en la otra, la grande, la de San Pedro Apóstol. Siglo XIV, obra de granito, agrietada en su fachada por el terremoto de Lisboa. No he conseguido verla aún abierta y es una lástima porque dentro tiene una talla y azulejos de Jan Floris (Juan Flores) del siglo XVI (casi ná) todo ello bajo bóvedas estrelladas. OMG.
Y fuera, mientras Pasepartout hace fotos de la puerta, me fijo en las gárgolas. Una que tiene la mano derecha en la boca y la izquierda en su sexo, lleva con esa actitud de asombro ahí setecientos y pico años, sobre un escudo y dos ventanas que albergan las campanas.
Pero se me van los ojos. Mi yo de principio de era puede más que mi yo actual. Y me fijo en un par de piezas que alguien ha “colocado” caprichosamente en una suerte de pirámide de mármol (¿¡!?) y que tienen toda la pinta de ser dos aras votivas, como otras que conozco, reutilizadas y retalladas con una inscripción de 1696 que no cuela, no. Y lo peor es que no he encontrado nada referido a ellas por más que he buscado.
Caminamos por las calles. Hacía frío por la mañana en Galisteo, incluso llovía, y aunque es invierno, esta tarde el Sol se deja sentir con generosidad en Garrovillas. Me llaman mucho la atención las chimeneas, rectangulares en lugar de cuadradas, con un gusto estético que trasciende la simple arquitectura para convertirse en arte sencillo.
Andando, andando, llegamos Pasepartout y yo al Convento de Nuestra Señora de la Salud-Monjas Jerónimas. Lo de la Salud debe ser, intuyo y espero no ser irreverente, porque en la puerta hay un cartel que dice que se venden dulces. No hay nada que dé más felicidad, y por tanto salud, que un dulce. Y es que las quince monjas de la orden de los Jerónimos se han especializado en repostería tradicional que despachan tras una reja. Tarta de las monjas, las Chicas de San Blas, Perrunillas con almendras, Quesadillas y los más típicos, los Cagajones. El edificio data de 1563, año arriba, año abajo.
La última visita obligada es, para mi gusto, costumbre y sorpresa de Pasepartout, el otro convento en el que ya no hay monjas ni frailes y que puedes ver en este reportaje que hice hace unos cinco años, cuando aún se podía entrar dentro a riesgo de que se te desplomase encima. Es el Convento de San Antonio de Padua, una verdadera joya, el precio de la promesa que María Teresa de Guzmán hizo por la liberación de su esposo Enrique Enríquez, Conde de Alba de Aliste capturado por las tropas portuguesas partidarias de La Beltraneja en 1476.
Hoy ya el convento está cerrado, incluido en la Lista Roja del Patrimonio de Hispania Nostra desde hace ya más de 15 años y de donde esperamos que salga pronto ya que ha sido recientemente adquirido por la Junta de Extremadura que tiene proyectado convertirlo en un lugar de uso turístico y cultural.
De todas las veces que he venido aquí, nunca había reparado en algo. Estando fotografiando un signo con forma de cruz, se para un paisano que viene paseando con su perrete y el buen hombre me espeta…
- ¿Sabe usted qué es esa cruz?
- Sí, claro, es una marca de cantero (le respondo yo satisfecho)
- No, no lo es, es una Cruz Tumularia (y se queda tan pancho)
- ¡Ah!, una Cruz… ¿qué…?
- Tumularia (repite) se ponían en los lugares en los que había muerto alguien por un duelo.
- Me quedo perplejo y el hombre continúa su paseo con su Border Collie que salta feliz y contento de un lado para otro.
Ya en casa investigo eso de las cruces tumularias y veo que en Toledo capital son muy frecuentes y que también en Cáceres se encuentran algunas. Parece ser que, en pleno auge de los duelos, entre los siglos XVI y XVII, las afrentas se resolvían mediante rieptos aunque los Reyes Católicos habían prohibido los duelos. Estos podían ser a primera sangre, si era una ofensa leve, o a muerte de uno de los contendientes si se trataba del Honor o temas que incluían faldas e infidelidades. En los lugares en los que se producían estos duelos o rieptos, si se saldaba con la muerte, trágica lógicamente, de uno de los duelistas, se solía grabar una cruz muy característica, una cruz tumularia. Velahí.
Hoy volvemos a casa Pasepartout y yo cual Phileas Fogg aunque no hemos dado la vuelta al mundo. O quizá sí. Dar una vuelta a Garrovillas es dar una vuelta a un pequeño mundo lleno de historias y rincones inolvidables.