Cosas de vecinos (I)

Hay viajes que no se olvidan y hay destinos que tampoco. Si juntas ambas cosas nace en ti el deseo de volver a algunos lugares que te cautivaron y que piden a gritos, dentro de tu cabeza, volver a ser visitados.

Si a esto le sumas mi idea “hay que dejar siempre una fotografía por hacer para volver a los sitios que te llaman”, entonces lo único que te falta es o tiempo o medios para recorrer de nuevo esos lugares que duermen en el rincón de tu cerebro donde se guarda también el entusiasmo y la pasión. Y en este viaje me dejé muchas fotografías por hacer.

Una de las ventajas que tiene Extremadura frente a otras comunidades autónomas es la proximidad a un país verdaderamente fascinante como es Portugal. Y dentro de Portugal, las regiones del interior fronterizas con Extremadura como son Beira Alta, Beira Baixa y Alentejo, son un verdadero reducto de paz, naturaleza e historia al tiempo que un recorrido imprescindible por otros modos de vida más pausados y en los que las prioridades parecen ser otras bien diferentes a las nuestras pero deseadas. Quizá ese es el punto del éxito de un país como Portugal. El anhelo que tenemos de ciertas cosas.

Hice este viaje en 2021 y duró varios días. De él, me reservo una serie de lugares con los que he conformado una ruta que te voy a contar en dos partes que he llamado “Cosas de Vecinos I y II” y que bien puede hacerse en un fin de semana o un puente. Y es que Portugal se me antoja como vecina y los portugueses como irmãos porque, al fin y al cabo, venimos de una misma unidad territorial y cultural, Lusitania, evolucionada y fragmentada por guerras y fronteras pero que hoy parece estar más unida que nunca.

Comienzo mi recorrido por Sabugal y allí llego desde Cáceres (161km) después de atravesar la Sierra de Gata y un par de poblaciones de Salamanca (El Payo y Navasfrías). El paisaje hasta llegar a Sabugal es impresionante una vez que me adentro en la Sierra de Gata. Después, como por ensalmo, cruzo el Arroyo Codesal, tributario del Río Águeda que a su vez lo es del Duero, y parece que me sumerjo en otro mundo. Ese otro mundo se llama Portugal. Y siempre mantendré que en turismo rural, conservación de la naturaleza, patrimonio y costumbres aún tenemos mucho que aprender de ellos.

Sabugal no llega a las tres mil almas y aún así, es sede de unas treinta freguesías. Fundado por Alfonso IX de León con intención de repoblar la zona, esta población nos ha dejado casas de piedra que conforman un bonito entramado urbano en el que sobresale el Castillo conocido como Castillo de Cinco Esquinas ya que la torre del homenaje tiene eso, cinco esquinas.

Este castillo jugó un papel importante en el acuartelamiento de tropas británicas y portuguesas durante la Guerra de la Independencia pasando después, tras su abandono, a ser cementerio hasta 1927. Como curiosidad en este lugar, según la tradición, ocurrió el Milagro de las Rosas protagonizado por Santa Isabel de Portugal.

Recorro las callejuelas que rodean el castillo. Más medieval y épico no puede ser, te lo aseguro. Y es entonces cuando escucho un brusco silbido en el aire y me parece que acaba de pasar un dragón sobre mí montado por Daenerys Targaryen que sujeta las riendas.

Sacudo la cabeza. Imaginaciones mías. En mi cuaderno de viaje tengo anotado el siguiente punto que tengo que fotografiar en este viaje y decido poner rumbo a Sortelha que dista poco más de 12 kilómetros.

Por el camino carrascas, encinas y robles. Un terreno poco fértil sembrado con saña de rocas y bolos graníticos como desafiando al hombre para que no se asentase allí. Cosa que desobedeció regalándonos hoy el poder trastear por bonitas aldeias, freguesías y quintas.

Llego a Sortelha y me doy cuenta de que aquí la piedra para hacer construcciones sobra y mucho. Aquí no verás una sola fachada encalada o al menos no recuerdo haberla visto nunca. Sigo las indicaciones del GPS que dice que Sortelha está ahí pero no la veo. Un camino me lleva en ascenso rodeando un alto y de repente entiendo por qué no he visto la población. Está literalmente rodeada por una muralla de piedra que la mimetiza con el entorno a la perfección.

Dejo el coche junto a una de las puertas de la muralla porque quiero fotografiarla y recorrerla a pié y me encuentro con uno de los pueblos más bonitos que haya visitado. En una de las partes más altas descubro una pequeña tasca en la que me tomo “um copo de cerveja imperial” mientras oteo desde su terraza el resto de la villa. Ni un solo tejado derrumbado, ni un solo muro caído. Todo está en perfecto orden y armonía. Me quedo más helado que el vaso tengo en la mano mientras lo comento con un par de turistas.

Vuelvo al siglo XIII de pleno… ¿O quizá no lo he abandonado?. Esta población, curiosa a más no poder llegó a tener en el siglo XIX unos seis mil habitantes. De tal número hoy no quedan ni siquiera quinientos. Saramago escribió “Entrar en Sortelha es entrar en la Edad Media [...] Lo que da carácter medieval a este aglomerado es la enormidad de las murallas que lo rodean, su espesor, y también la dureza de la calzada, las calles empinadas, y, encaramada sobre piedras gigantescas, la ciudadela, último refugio de los sitiados, última y tal vez inútil esperanza”.

Recorro las murallas, el castillo y sus calles para terminar hechizado con esa explosión de medievalismo, tanto es así que termino comprando un imán para el frigorífico en una tienda junto al pelourinho que representa una bruja con su escoba y todo. La hora de comer se aproxima y encuentro en el Restaurante Dom Sancho un refugio que promete calmar mi apetito curioso de cocina tradicional portuguesa: arroz de lebre, bacalhau, embutidos de la zona, caldeirada de borrego… cantidades muy generosas según veo en los platos de las demás mesas. Meu Deus!.

Decidí dejar Belmonte (a 19 Kms de Sortelha) para visitarlo por la tarde y sigo pensando que la ruta de hoy es temática. Preciosamente temática. Cuna del descubridor de Brasil, Pedro Álvares Cabral, Belmonte mantiene aún una importante presencia judía sefardí. Llegados desde España tras la expulsión ordenada por los Reyes Católicos, los sefardíes se establecieron en este lugar hasta que el rey Manuel I siguiendo los pasos de los Reyes Católicos españoles ordenó su expulsión. Quienes decidieron quedarse lo hicieron abrazando oficialmente la religión católica pero practicando los ritos judaicos en la intimidad.

Aquí hay mucho que ver, el Museo de los Descubrimientos, el del aceite, el de Cécere, el museo Judaico. Hay una sinagoga y también un flamante castillo que es principalmente, junto con el entramado urbano el motivo laboral de mi visita. Me quedo con las ganas de conocer la enigmática Torre de Centum Cellas y la guardo en mi archivo mental en el apartado ese de “fotos que te dejas por hacer para volver”.

Belmonte tiene un bonito paseo, como el resto de los pueblos que he visitado esta mañana. Se trata de una población más grande, con algo más de seis mil habitantes y se nota en las tiendas y restaurantes por los que paso. Siempre todo tan cuidado, tan rústico pero tan hermoso y refinado al mismo tiempo.

Subo hasta el Castro da Chandeirinha donde soporto una monumental tormenta que me hace temer por la cámara y el equipo de video. Resguardado en lo alto debajo de un paraguas que sostiene quien me acompaña, apretujaos y, por qué no reconocerlo, con algo de miedo. Pocos testimonios encuentro de la presencia prerromana, quizá porque la hierba los ha devorado y nadie se ha preocupado por mantenerlos visibles, pero el lugar me regala unas vistas que aún hoy no he conseguido olvidar, igual que el susto.

A Covilha llego después de conducir 24 kms.. Parece que la tónica de montar en el coche y dejar de llover y bajarse de él y comenzar es hoy un patrón habitual. Es primavera y parece ser lo correcto así que no pondré muchas pegas. Recorro la judería de Covilha tras los pasos del legado sefardí. Y según me cuentan en la oficina de turismo, ya había judíos cuando llegaron los sefardíes procedentes de España. Resulta curioso ver cómo el legado arquitectónico de las juderías se ha conservado tan bien en tantos pueblos de España (Alburquerque, Valencia de Alcántara, Burguillos del Cerro, Hervás…) y de Portugal (Castelo de Vide, Belmonte, Covilha…).

Covilha tiene unos treinta y seis mil habitantes más otros diez mil repartidos en las freguesías de alrededor. Está en plena Serra da Estrela y se encuentra al pié del punto más alto de Portugal, La Torre (1993 msn). Aquí se mantiene la única estación de esquí alpino de Portugal, por lo que si te gusta este deporte puedes conjugarlo con una bonita visita de fin de semana que no te va a decepcionar.

Cuando estoy a punto de sufrir ya calambres en el codo derecho por sostener el gimbal con la cámara (unos 3,5 kgs. que llevo soportando desde esta mañana a ratos alternos), me entra la prisa por llegar al lugar de descanso, que es Monsanto, así que… recojo equipos y ponemos rumbo a un pueblo sobre el que tengo grandes espectativas y una enorme curiosidad. Estoy a sesenta y dos kilómetros así que tomo el trayecto con calma y buena música. Dimayo Donde sueña Portugal es la mejor opción que se me ocurre en este momento.

Sesenta y dos kilómetros después llegamos a Monsanto. Tengo que hacer esfuerzos por cerrar la boca porque la mandíbula se me relaja constantemente cuando veo ese salpicado de rocas y casas. Unas sobre otras y otras sobre unas. Reservé habitación en el GeoHotel Scola y hoy no me dan ya las fuerzas para subir hasta el castillo pero sí para soñar acerca de cómo será la subida en función de lo que estoy viendo.

Mañana será otro día. Ducha, descarga de fotos y videos en el ordenador, limpia de tarjetas, cena y a dormir. Mientras llega el sueño repaso el recorrido hecho hoy. Si quieres seguir mis pasos aquí lo tienes. En el próximo reportaje te cuento el resto del periplo transfronterizo.