Texto y fotografías de: Diego J. Casillas Torres
15 May 2024 | Fuente: www.miextremadura.com
Idílico, al menos para mi gusto. El canto del gallo se cuela al unísono acompañado de la primera claridad por una habitación blanca, generosa en tamaño, tanto como el salón de mi casa, con ventanas de madera blancas, postigos blancos y contraventanas blancas que he dejado abiertas a propósito esperando que el despertador natural funcione. Y lo ha hecho. Estoy en Monsanto.
Faltan unos minutos para las siete de la mañana y yo no quiero entregar las armas aún. Me retuerzo y estiro mientras disfruto del lugar y el momento. Empiezo a hacer un repaso mental sobre la ruta que tengo que hacer hoy y pienso en la suerte que tengo de haber recalado después de una azarosa vida laboral y profesional en algo tan bonito como el fotoperiodismo de viajes.
Tras desayunar y cargar el coche toca subir cuestas. Monsanto, la aldea mais portuguesa de Portugal, está situada al Noreste de las Tierras de Idanha. No llega a los mil habitantes y constituye una hermosa estampa. Parece estar salpicada sobre una piedra gigante que no es más que un conjunto de piedras gigantes. Bolos graníticos, redondeados que no dejas de ver todo el rato. Y curiosamente el urbanismo se ha adaptado a las rocas ya que no ha sido capaz de moverlas. Así, te encuentras una hilera de casas, al final hay una roca pero no es problema, la siguiente casa se ha hecho sobre ella, con unas pintorescas escaleras, también en piedra. Después te encuentras con una roca que formaba un hueco y este ha sido aprovechado para construir una casa, y así todo.
No voy a contarte mucho más porque si me entretengo viendo las casas de Monsanto y paseando por sus calles entraré en bucle y me costará salir de él por el embelesamiento, así que, agilo p’arriba buscando el castillo.
Nos encontramos nuevamente con la huella medieval, en un lugar que ya estuvo poblado desde el paleolítico, después fue castro lusitano, ocupado por los romanos, visigodos y árabes hasta que los Templarios expulsan a estos últimos en el siglo XII y construyuen esta impresionante fortaleza.
Mientras bajo del castillo voy pensando en la ocupación romana de estas tierras porque la siguiente visita, aún yo no lo sé, me va a dejar más boquiabierto de lo que creo.
Si quieres conocer más cosas de Monsanto te recomiendo que leas este otro reportaje.
A tan solo 10 km de Monsanto, se encuentra Idanha-a-Velha, Idaña la Vieja, porque también hay una Idanha-a-Nova. Según he visto, siempre me gusta ver cuántos habitantes tienen los pueblos que visito, en él duermen 63 almas.
Y eso de que me iba a volar la cabeza, quienes me conocen y conocen este lugar no me lo han advertido a propósito. De repente, nada más llegar, me encuentro ante las puertas de Egitania. Porque, a ver… “A quieeeen no le va a gustar un imperio romano del siglo I”. Y sí, es la puerta norte original puertas romanas, con sus torreones y todo, abierta en la muralla también romana original que se mantiene buena parte de su recorrido. Bueno, es la romana original reconstruida y remodelada en torno al siglo XIII. ¡Madredelamorhermoso! Idanha mantiene la puerta norte, la este, la sur y vestigios de la oeste, el perímetro de la muralla se respeta aunque esta se encuentra más o menos visible o incrustada en construcciones según en muy pocos puntos.
Aunque sea una lástima venir con prisas porque aún tengo que ir a Castelo Branco y a Marvao, me entretengo un poco recorriendo el lugar. Yo quiero volver a este lugar con tiempo, dejar que me olvide de la hora que es, quedarme en un AirBnB de esos que voy viendo por las callejuelas tan portuguesas, tan limpias, tan antiguas, tan llenas de flores…
Saco las fotografías del Castelo y las murallas, que es lo que me ha traído aquí y marcho. El castillo, por cierto, o la torre del homenaje, mejor dicho, está construida aprovechando la base perimetral de un templo romano. Fue levantado por la orden del temple para gloria de Dios y protección de los hombres en el siglo XIII.
Me apunto para ver, porque ahora es imposible, la Catedral de Santa María, que merece sin duda una visita más pausada, al igual que el resto del pueblo. Pienso volver y no marcharme hasta que me haya aprendido todas y cada unas de sus piedras.
Me toca conducir 51 kms hasta Castelo Branco que conduzco con gusto por carreteras que no había transitado en mi vida. Atento al tráfico pero también al paisaje. ¡Qué bonito es Portugal!. Siento una envidia tremenda viendo esos campitos bien conservados, con vallas decentes, sin estalaches plasticosos, todo bien pintado en azul cobalto, verde carruaje o rojo vermelho. ¿Algún día conseguiremos en España eliminar la contaminación visual de chapuzas a diestro y siniestro?. La verdad es que en Portugal también las hay, pero en una relación de un 10% respecto a mi país.
He estado en Castelo Branco otras veces y es una bonita ciudad, majestuosa incluso. Tiene aproximadamente treinta y cuatro mil habitantes y un conjunto histórico artístico verdaderamente precioso. Siento, desde que me lo conocí, verdadera fascinación por el Museo Cargaleiro y cuando tú lo visites también lo entenderás.
Castelo Branco tiene mil cosas para ver. Puedes empezar por el punto más alto, te lo recomiendo, donde se encontraba el Castelo Branco, para luego ir bajando por la judería, preciosa, conocer el Museo Cargaleiro, el Museo de la Seda, la Catedral, el vanguardista Centro de Cultura Contemporanea o el Jardín del Palacio Episcopal. En verano puedes disfrutar de una espectacular piscina, la Piscina Praia que te hará olvidar que te encuentras en el interior de un país.
Pero, vamos a lo que hemos venido a hacer. Tengo que documentar alguna fachada de la judería. Aquí les llaman portados quinhentistas y el término me encanta. Llego incluso a donde debía estar la sinagoga. Si bien el aspecto de las calles, supongo que habrá cambiado, es un poco descuidado y deslucido, la parte arquitectónica y urbana es muy interesante.
Tras conseguir las fotografías que quiero, decido no detenerme mucho porque aun debo subir al Castro de Sao Martinho. Solo dista de la ciudad unos 3 km. En este lugar se encontraron algunas estelas de la Edad del Bronce, elementos que compartimos los extremeños con una parte de Portugal, y que confirma el innegable mismo origen de ambos territorios. Este lugar floreció especialmente entre la Edad del Bronce y la Edad del Hierro siendo romanizado entre los siglos I y IV. No hay mucho para ver y menos para fotografiar. Eso sí, hay un monolito de hormigón desde el que tendrás unas vistas espectaculares.
Vuelvo al coche para visitar la última población de este recorrido, Marvão. distante 102 km de Castelo Branco. ¡Y qué 102 kilómetros más bonitos!. Porque me salgo de la ruta que me marca Google Maps y prefiero hacer otra, con más curva y más carretera en vez de autovía, pero más bonita. Elijo la ruta que deja la A23 para tomar la N241 que me lleva a pasar por Vila Velha de Ródao. Y todo porque se me ha antojado comer en el Restaurante Vila Portuguesa que está en el Puerto de Vilha Velha de Ródão. Un puerto fluvial, con su barquito para hacer cruceros, y comer incluso, que son una maravilla.
Y pruebo algunas especialidades gastronómicas en conserva basadas en los peces de río: Caldeta de Barbo en aceite de oliva virgen extra, Carpa Ahumada en aceite de oliva virgen extra ecológico, paté de Pescado de río, Carpa a la Parrilla en aceite de oliva virgen extra, Lúcioperca marinada en aceite de oliva virgen extra, Caldeta de Barbo en aceite de oliva virgen extra y Achigã asado al horno en aceite de oliva virgen extra. ¡Qué locura!.
Uma boa vica bien cargadita y reanudo la marcha hasta Marvão. Dejo la Beira Baixa para adentrarme en el Alto Alentejo. En Marvão puedo decir que he estado decenas de veces. En excursiones familiares o con amigos, por trabajo, en alguna escapada a la vecina Cidade romana de Ammaia, siempre he terminado subiéndome a las murallas porque aquí, en este lugar, el mundo se me antoja infinito. El concepto de infinito del Universo no llega a mis neuronas en su inmensidad material, pero el de la tierra infinita sí. Esa en la que el horizonte se pierde en una comisura que funde el cielo con las montañas y los campos allá a lo lejos detrás de los que aún sabes que hay más montañas y más campos y más cielo. Eso se aprecia perfectamente en lo alto de Marvão (qué gusto me da haber aprendido, por fin, a escribir la ã con el teclado del Mac).
Marvão es una burrada en todos los sentidos. Un tiro limpio, un portazo que te hace reaccionar para admirar. Sí, aquí se trata solo de eso, de admirar y de respirar el aire fresco que te abofeteará con suavidad mientras estés en él. En la ciudad medieval viven unas ciento cincuenta personas. Esta fue fundada por Ibn Marwan, el mismo que fundase el reino de Badajoz. De hecho las pronunciaciones correctas de Marwan y Marvão son muy similares, aunque nosotros solo pronunciemos marváo.
El castillo es de época islámica probablemente, como casi todos, fundado sobre un asentamiento romano, o del bronce, porque esto de las fortalezas es algo que va con la mente humana desde la noche de los tiempos. Si no has estado en este lugar, debes venir a conocerlo sin dudarlo, a pasear por sus empinadas y empedradas calles, laberínticas, estrechas, encaladas…
Aquí termino el encargo que tenía. Es viernes, vuelvo a casa pero antes debo pasar por Cáceres. Creo que me encerraré todo el fin de semana para ver el material, clasificarlo, revivir momentos y volver a emocionarme con cada paso, cada kilómetro, cada piedra y cada hoja de árbol que he visto, reposar lo vivido. ¡Qué suerte la mía!.
Si has llegado hasta aquí después de haber leído la primera parte del viaje, quiero decirte que esta ruta se puede realizar perfectamente en un fin de semana o un puente cualquiera o tomarte un tiempo para recorrerla durante una semana aprovechando bonitas pernoctas. Yo lo tengo en mi agenda para repetir el día menos pensado. Y por eso, porque lo guardo con cariño, lo comparto contigo con profundo agradecimiento por estar ahí, al otro lado de la pantalla. Aquí te dejo el recorrido en google maps.