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30 May 2019
Impresiona desde lejos contemplar este recinto amurallado. Se nos antoja poderoso siempre que lo divisamos al circular por la EX-108 entre Coria y Plasencia y por ello hemos decidido poner hoy rumbo a la población, para detenernos y visitarla, para saborearla y para respirar hondo, desde lo alto de su muralla, donde lo único que se te antoja es sentirte como cualquiera de las aves que revolotean la villa.
Su origen es incierto: hay quien atribuye al pueblo Vetton el primer asentamiento mientras que otros relacionan la cercana mansio romana de Rusticiana con el inicio de la población en estos lares. Quizás tan incierto como la procedencia del nombre que casi con toda probabilidad se pierde en "tiempos de los moros" y probablemente derive de Galilea o Madinat Ghaliayah.
Tampoco está comprobado que esta ciudad fue la Medina Galisyah en la que Almanzor pasó noche cuando se dirigía hacia tierras gallegas. Lo que sí parece probado es que fue paso de otros tantos monarcas como Fernando II, Alfonso IX, Fernando III el Santo, Juan II y también los Reyes Católicos.
Y de lo que tampoco existe ninguna duda es del origen almohade del recinto fortificado ya que su esquema y tipo constructivo es totalmente árabe. También se edificó en época islámica una Alcazaba que posteriormente se transformaría en castillo cristiano con una curiosa terminación en la torre que la hace ser conocida bajo el nombre de La Torre Picota.
Sus calles silenciosas y tranquilas parecen haber amarrado el tiempo para detenerlo dentro. Uno no tiene la sensación de que las agujas del reloj continúan avanzando, ni tampoco de lo que va caminando por la villa. A cada rincón te sorprende una columna, una vieja fachada, un escudo, una inscripción ... y siempre, la muralla. Quizás la mejor conservada que podamos encontrar de esta época.
Uno de las sorpresas que encontraremos también es una iglesia del siglo XII de estilo mudéjar-románico, con un ábside de dos cuerpos realizados en ladrillo.
Os dejamos nuestro resumen fotográfico del paseo pero os recomendamos, como siempre, que programéis una visita a este lugar. Creednos, como todos los destinos que os proponemos, verdaderamente merece la pena.
No podemos marcharnos sin bajar al río Jerte y visitar el Puente Manrique de Lara, Conde de Osorno, quien lo mandó construir en 1546 para salvar el curso del río Jerte.