Texto y fotografías de: Diego J. Casillas Torres
03 May 2022
No acostumbro a hablar de política. No me gusta hacerlo en público, mis ideas son parte de mi intimidad y como muchas cosas la comparto con un reducido número de personas. Pero... hay algo que siempre me ronda la cabeza cada vez que atravieso el Jerte y paro en El Torno. Siempre que puedo me detengo junto a "Los Olvidados" precisamente por eso, porque ya no lo están. Lo estuvieron pero ya no. Intento extraer un mensaje de las sensaciones que percibo en un lugar como este donde solo hablan las montañas, el valle y los olvidados. Y siempre me lleva al mismo mensaje: reconciliación. Quizá esa es la palabra, el término, el concepto sobre el que como sociedad deberíamos reflexionar con algo más de detenimiento e intención positiva.
No se trata de reconciliarnos con la madre naturaleza ni con el universo, es algo más cercano y a la vez más difícil. Se trata de reconciliarnos como pueblo, salvar las distancias políticas que cada vez parecen estar más marcadas y definidas y que nos abocan irremediablemente a una nueva división. España siempre ha estado dividida. Somos un país con muchos valores pero el de amar al vecino, al que piensa diferente a nosotros... eso no lo hemos superado. Romanos contra hispanos, Hispanoromanos contra Visigodos, Hispanovisigodos contra Árabes, Españoles contra Franceses, Españoles contra Españoles ... Después de veinte siglos de historia no hemos aprendido nada y quizá sea hora de pararse a pensar. Este es un buen lugar para ello.
El conjunto escultórico de Francisco Cedenilla no altera la hermosura del balcón sobre el Jerte. No, no la altera pero corta el aire y te corta incluso la mente al contemplarlo. Es quizá uno de los lugares más impresionantes que he visitado en Extremadura. Casi he perdido la cuenta de las horas que me he quedado a solas observándolas sobrecogido aún a riesgo de parecer otra más de las piezas de esta obra de arte. "Los Olvidados" es un homenaje sentido a las personas abandonadas por la dictadura y la guerra civil en el entorno rural. Estas esculturas hablan. Tan solo hay que tener el valor de mirar sus gestos, sus ojos vacíos y su mirada sorda. Incluso hasta el ruido que el viento emite al chocar contra los cuerpos constituye parte del mensaje. Puesto que el lugar sobrecoge, son muchas las preguntas y las sensaciones que se agolpan en la cabeza de quien lo visita pero, sin duda, solo hay un pensamiento con el que estoy seguro de que cualquier persona con una sensibilidad mínima saldrá de allí: la reconciliación.