Texto y fotografías de: Diego J. Casillas Torres
24 June 2022 | Fuente: www.miextremadura.com
Para no dejarme nada en el tintero contaré la historia desde… ¿el principio?. Sí, eso es, lo intentaré.
Hace unos días recibí una invitación para participar en un viaje de prensa a Beira Baixa, antigua provincia portuguesa rayana y con la que limita nuestra provincia de Cáceres, hermanas, al fin y al cabo. Debía organizar el trabajo para poder hacerlo pero algo había que poderosamente me llamaba a no desaprovechar la ocasión y me dispuse a organizarlo todo.
Viajé desde Mérida a Cáceres y desde allí hasta Monfortinho para encontrarme con el resto de la expedición, compañer@s de comunicación y prensa que venían desde Madrid y con los que nos alojaríamos en el Hotel Fonte Santa junto a las Termas de Monfortinho para aprovechar y vivir una experiencia termal que confieso desconocida para mi hasta ese momento.
Las Termas de Monfortinho son “un lugar sin tiempo y con tiempo para todo”. Una “fuente sagrada madre del Balneario” surte con un caudal de 40 litros de agua por segundo que tarda 20 años en llegar desde su origen. El edificio es de factura moderna e inspiración clásica, con cierto aire inglés y alguna reminiscencia, en lo monumental, de su pasado romano. La experiencia termal puede ser completa y las hay para todos los gustos.
Pude optar por un tratamiento de relajación en bañera individual que después de 20 minutos de alejarme de las preocupaciones mundanas me devolvió a la realidad para disfrutar de sus piscinas cubiertas.
Abandonamos aquélla tarde Monfortinho, depués de recomponer cuerpo y mente, para poner rumbo a Monsanto, donde ya había estado en dos ocasiones más. Monsanto, para quien no lo conozca, reúne toda la magia, fuerza y energía que cualquiera pueda imaginar. Pero… me esperaba una sorpresa. En mis andanzas por aquéllos lares había pasado desapercibida para mí, una pequeña capilla de origen románico y vinculada posteriormente con la Orden del Temple, la de Sao Pedro de Vir a Corza.
Allí disfruté de leyendas como la del eremita que salvó a un recién nacido de los demonios pero que sin medios para alimentarlo recibió la ayuda de una corza que diariamente acudía al lugar para amamantarlo.
También de una maravillosa cena en la Quinta de Sao Pedro de Vir (un lugar para perderse sin pensarlo dos veces), cuidada con esmero y con la que celebraríamos en amor compañeril y profesional el Solsticio de Verano. Terminamos con una charla en la que Pedro Salvado, entre otros, nos deleitó con la historia del lugar. Todo ello bajo un precioso cielo estrellado al abrigo de la impresionante mole granítica de Monsanto.
Al día siguiente, hicimos las maletas para viajar a Castelo Branco pero el recorrido no fue directo. Comenzamos con un Crucero por el Tajo en Vila Velha de Rodao en el que además de navegar varias millas por el cauce fluvial, disfrutamos de una degustación de peces de río.
Resulta curioso ver cómo en Portugal hay cosas que se han reinventado, y los recursos que los ríos producen es una de ellas. Patés y guisos de barbos, lucios e incluso siluros, son una verdadera delicia, os lo aseguro. Y si están regados con vinos de la Beira Interior, dan mejor resultado en el paladar. Una experiencia más para no perderse y que justifica, ahora sí, perderse en este lugar, en este río.
Al pisar tierra firme de nuevo iniciamos trayecto hacia otro lugar sorprendentemente hermoso: la Serra das Talhadas, donde tuvimos la oportunidad de subir a la Torre Vigia del arquitecto Siza Vieira quien tiene certificados numerosos edificios por todo el mundo. A 16 metros de altura que hay que sumar a los 614 (os aseguro que pensé que eran muchísimos más) las vistas de un mar de pinos en el que las casitas aisladas parecen canoas son indescriptibles, infotografiables incluso.
La Serra das Talhadas aprovecha una extensión longitudinal de 27 kilómetros con un ancho de, 2.500 metros para ofrecer además del recurso turístico de la torre mirador, una plataforma de despegue para parapentes y hasta seis pistas para BTT que recorren distintos lugares de la cresta.
Bajar de la Serra das Talhadas para visitar la Praia fluvial de Froia fue otro regalo del viaje, otra experiencia para sumar. Se trata de una de las zonas de baño interior más bonitas y mejor dotadas de la zona, rodeada de pinares que crecen en escarpados pizarrales. Café, charla, fotos y disfrute antes de continuar hacia Figueira.
Figueira es una de las Aldeias do Xisto (aldeas de pizarra) con un marcadísimo aire medieval que nos recuerda lugares de Las Hurdes o, incluso, a Trevejo. Un recorrido maravilloso guiado por la pequeña aldea habitada hoy por tan solo cinco personas en la que la más joven tiene ¡91 años!, nos permitió conocer las duras condiciones de vida en el lugar hasta hace pocos años. Tal es la cosa que el recinto ofrece al exterior pequeñas callejuelas que se cerraban con portadas de madera por las noches para protegerse de los lobos.
Una cena en Casa Ti’Augusta, contundente y regia, como lo es el lugar, nos puso sobre la mesa viandas tradicionales de la “aldeia” como tabla de enchidos tradicionales, ensopado de cabritos, y varios guisos de cabra y carne de porco. De postre… tiguelada, otra delicia culinaria.
En Castelo Branco nos esperaba para hacerse cargo de nuestros cuerpos ajetreados por tanto autobús y barco, el Hotel Meliá Castelo Branco, un precioso edificio que hace más que honor a sus cuatro estrellas.. Aquél último día de trayecto reviví mis anteriores experiencias en la ciudad visitando el castillo, el Museo del Bordado, el Museo Cargaleiro (¡qué cosa más bonita de museo!), la judería albicastrense y los jardines del Palacio Episcopal, una locura del siglo XVII para dar diversión y descanso a su eminencia, el señor obispo y su corte. En fin…, eso. A pesar de ser una extravagancia de un “ministro de Dios” chocante con la pobreza del momento y las necesidades del pueblo, hoy en día constituye un curioso legado, un jardín pintoresco que huele a boj y ofrece una colección de estatuas en las que, en alguna de ellas, el tonsurado llegó a plasmar su rostro para perpetuarse desafiando el concepto espiritual católico de la vida eterna.
Para finalizar, la gastronomía nos ofreció un último homenaje en el restaurante Tabuas donde, como su nombre indica, todo estaba servido en tablas de madera. Carnes de porco y lomos de lubina que va a costar olvidar.
La lluvia, presente varias veces en este viaje, nos terminó bendiciendo (veámoslo así) en nuestra retirada hacia el autobús que nos devolvería a nuestros lugares de origen.
Resulta sorprendente, muy sorprendente, como una región con un origen humilde como Beira Baixa hace un esfuerzo verdaderamente titánico para mantener sus recursos naturales y patrimoniales, para sacar lo mejor de su tierra y sus ríos y ofrecer una deliciosa gastronomía, curiosa por desconocida pero con el encanto de los sabores que percibes por primera vez.
Beira Baixa es mucho más, es también lugares como Covilha, Fundao, Idanha-a-Nova e Idanha-a-Velha, Penamacor, Oleiros, Belmonte, Serta, Vila del Rei y Vila Velha de Rodao… lugares donde la magia no te van a dejar soñar porque, en sí, la experiencia ya es un sueño.
Y yo sueño hoy con volver.