Monroy (2) Castillo e Iglesia

La definición de viajar no parece estar clara así, en general. La de transportarse sí, pero no se aplica. Uno se transporta básicamente cuando va de un lugar a otro. Puedes ir desde Barcelona hasta Cachinalito, en Chile, pasando olímpicamente de todo cuanto va aconteciendo a tu alrededor, aislado con tus auriculares y velado por unas gafas de sol porque tienes sueño por aquello del jetlag. Y todos te dirán “¡Vaya viaje que te has marcado!”. Y no, no has viajado, te has transportado.

Por el contrario, creo que puedes ir un día desde Aljucén hasta Monroy y para la mayoría de las personas, no has viajado, te has transportado porque has recorrido menos de 100 kilómetros, porque has vuelto a dormir por la noche a tu casa o por el absurdo parámetro que quien quiera poner, ponga. Excusas van a sobrar a quienes solo saben transportarse para definir con cátedra qué es un viaje y qué no lo es.

Sin embargo, para mi, viajar cobra una dimensión diferente a la de transportarse cuando se ponen una serie de características en juego: atención a todo lo que te rodea, observación de todo cuanto te rodea, disfrute de cada kilómetro o paso, indiferencia del medio de transporte o ausencia de este, mente abierta para aceptar cuanto acontece, cariño para recibir lo que se presente, pasión en el trayecto y el sentimiento de sentirse tremendamente privilegiado por poder realizarlo.

Así, pensando y reflexionando estas cosas, dormí yo cuando llegué a mi casa de vuelta en ese pequeño trayecto de menos de 100 kilómetros el día que visité Monroy. En el primer reportaje, te conté las paradas que habíamos ido haciendo durante el recorrido. 

El caso es que después de saciar el hambre campestre que nos había asaltado visitando la Villa Romana de “Los Términos” y teniendo cargo de conciencia por haber pecado de más con la patatera local, nos lanzamos a recorrer esta pequeña población para conocer algo de su historia a través de sus calles y edificios.

Monroy, villa y municipio español se encuentra prácticamente a mitad de camino en linea recta entre Cáceres y Monfragüe. En 2023 no llegaba a las novecientas almas tan solo por una y estas se conocen como “monroyegos” y “monroyegas”.

En cuanto a su historia, ya os hablaba de la maravillosa villa romana pero nos tendríamos que remontar más atrás, a la edad del bronce para escribir su primera página. Romanos y después visigodos según una necrópolis próxima a la ermita de Santa Ana.

Pero ¿De donde toma el nombre la población? Pues de un ilustre antepasado, Hernán Pérez de Monroy, apodado El Viejo. Este era copero mayor (he hecho un inciso para buscar qué es un copero porque me he quedado muy preocupado y sí, es lo que me temía, el señor que ponía las bebidas en la mesa) de la madre de Fernando IV, conocido como El Emplazado. Lo de los motes en esta época… en fin. El Emplazado concedió al copero, uy perdón, al Viejo, prebendas para tener castillo, repoblar y disponer como le pluguiera o pluguiese de todo lo existente entre el cielo y la tierra en una amplia comarca allá por el siglo XIV. Y así nació el señorío de los Monroy. Solo que debieron seguir poniendo muchas copas en palacio y, claro, escalaron posiciones hasta convertir el señorío en marquesado. Casi “ná”.

Llama la atención especialmente el aspecto tan remozado del castillo que se debe a un buen mantenimiento que se ha ido prolongando durante su existencia hasta el punto de reconstruir a finales del siglo XX una torre en el lugar en el que debió existir una desaparecida. El castillo fue propiedad del pintor y escultor Pablo Palazuelo de la Peña y la rehabilitación que realizó del edificio fue hecha con materiales originales. Tras el fallecimiento del pintor, el castillo está gestionado por la Fundación Pablo Palazuelo y puede visitarse mediante cita concertada con la guía Beatriz Velázquez llamando al teléfono 651104037.

El castillo consta de tres naves que forman una especie de U con un patio central en cuyos extremos se ubican las 4 torres que tiene actualmente. A su vez, está rodeado por una muralla en la que se mantienen 2 de las 4 torres originales y que mantiene en 3 de sus 4 laterales el foso que la rodeó en su día.

El otro elemento patrimonial de interés en el pueblo es la Iglesia de Santa Catalina de Alejandría, levantada a finales del siglo XV probablemente sobre otra anterior. Este templo es el origen de Las Purificás, curiosa celebración de la fiesta de las candelas que opta a la declaración de Fiesta de Interés Turístico Regional. Mantiene un interesante retablo mayor que no pude ver, por estar cerrada la iglesia, y que se compone casi en su totalidad por pinturas. En el exterior me llaman la atención los esgrafiados y su torre de dos cuerpos.

Me dejo sin ver la Ermita de Santa Ana porque la tarde se nos echa encima y, en la agenda de un día sin agenda, tengo previsto asistir en la vecina Talavan a escuchar con sumo interés las explicaciones que Victorino Mayoral dará sobre cierto yacimiento arqueológico del que espero poder ocuparme próximamente. ¡Ah!, y también un concierto de El Gato con Jotas, que días tan buenos y extremeños como este se merecen un broche final a la altura y Sergio, el Kolorao y su banda no defraudan nunca.

Estoy seguro de que con este relato habrás comprendido qué significa para mí exactamente viajar. Gracias por seguirme en esta tierra tan llena de contrastes y que genera tantas emociones. Gracias por dejarme compartirlas contigo. Seguimos hacia Ítaca.