Texto y fotografías de: Diego J. Casillas Torres
06 March 2024
El niño se pasó la manga de la camisa raída por la cara para secarse el agüilla que le rezumaba de la nariz. Y también las lágrimas. Le habían dicho que mirase por última vez aquéllas columnas donde solía jugar las tardes de primavera con sus amigos. El alcalde le había contado a sus padres que las iban a desmontar para trasladarlas a un lugar más alto y así dejarlas a salvo del pantano que pronto lo inundaría todo. Pensó que algún día volvería para verlas. Quizá cuando fuese mayor. Pero para él esta sería la última vez durante mucho tiempo. Felipe se marchaba ya con su familia a la ciudad. No querían esperar a ver cómo el pueblo era desmantelado y desmontado literalmente. Bastante tenían ya con la tristeza y la pesadumbre de abandonar el lugar que les había visto nacer, y a sus padres, y abuelos, y bisabuelos, y… Era el año 1963.
Otros niños en época romana o después de la llegada de los visigodos, o árabes, o con motivo de la reconquista tuvieron que abandonar también este pueblo, repitiendo la escena despidiéndose de estas columnas.
Siento, al visitar los restos del Templo Romano de Augustóbriga, que el alma de Felipe y de tantos otros niños, los de las mujeres que fueron sus madres y los hombres que los engendraron, viven en estas piedras, testigos mudos de una historia casi bimilenaria.
En 1963, el pueblo conocido como Talavera la Vieja o Talaverilla, es anegado por las aguas del embalse de Valdecañas. Y con él quedan sumergidos multitud de restos romanos. Pude corroborarlo hace poco en una visita aprovechando la bajada de las aguas que dejaron al descubierto los maltrechos muros, casi fantasmagóricos, de aquél pueblo extremeño. Puedes ver la situación del pueblo en época de sequía en este otro reportaje -> https://www.miextremadura.com/noticias/cultura/338-la-memoria-sumergida.html
Los restos de dos templos, el de Augustóbriga y tres columnas del Templo de la Cilla fueron conservados trasladándolos hasta su ubicación actual para que sobreviviesen a la permanente inundación. Pueden verse en esta localización, por si quieres visitarlos, junto a la carretera que une Guadalupe con Navalmoral de la Mata.
Talavera la Vieja fue poblada desde al menos el siglo VII a.C., en base a ciertos restos de tradición tartésica encontrados en una necrópolis orientalizante localizada en el lugar. Verracos vetones siguen dejando constancia del poblamiento en época anterior a la romana. Pero el edificio quizá más emblemático de la antigüedad es este templo trasladado conocido comúnmente como “Los Mármoles”. Siempre me llamó la atención esta denominación, aunque la explicación podía ser obvia, y buscando me encuentro con que la tradición popular transmitía que el templo brillaba a lo lejos como si hubiera sido construido en mármol. Y eso era debido a la capa de estuco con trozos de vidrio que recubría las estrías de los fustes de las columnas.
El templo tiene unas dimensiones en planta de 17,1 metros de largo y 11,3 de ancho. Está construido con grandes sillares y tiene cuatro columnas en su fachada frontal y dos en los lados inmediatos, rematadas por una cornisa que sostiene un arco central de medio punto. Tiene una escalinata de tres peldaños y originalmente se encontraba inserto en el Foro de la ciudad.
Apartado existe un grupo de tres columnas procedente también del Foro de Augustóbriga y que se corresponde con otro templo situado originalmente frente al anterior. Este templo sería algo mayor en su fondo que contaba con 21,8 metros de largo, siendo la fachada algo más pequeña, de unos 8,86 metros de ancho. José Ramón Mélida afirmó que estuvo consagrado a Júpiter Óptimo Máximo en base a una inscripción hallada en la ciudad. Este templo tiene además una curiosa historia, leyenda más bien, que afirmaba que en su sótano se encontraba la prisión en la que fueron martirizados San Vicente, Santa Sabina y Santa Cristeta. La historia ya fue desmentida de viejo, en el siglo XVIII. El nombre de la Cilla lo debe a que desde el siglo XVI fue utilizado como granero o cilla para almacenar el trigo del Conde de Miranda. Cierto es que tuvo un carácter penitenciario durante la Guerra Civil Española en la que sirvió de cárcel para los presos políticos.
Os dejo el testimonio gráfico de esta historia que duerme contenida en las piedras. Quizá ese sea el motivo por el que estas piedras han sobrevivido al desastre de la inundación, al avance y al progreso, para mantener siempre viva la memoria de miles de pobladores de todos los tiempos.